La adaptación al cine de la última novela de Stéphénie Meyer, la creadora de la saga Crepúsculo, vuelve a girar sobre sí misma: será otra saga de tres películas, basados en otros tres libros -de los que aún no ha terminado de escribir ni el segundo- y tratará sobre un triángulo amoroso al igual que la anterior. A Meyer le van los tríos. O el número tres por lo menos.
Es una historia con características distópicas que se ven aplastadas por la relación de amor entre los protagonistas, que cobra demasiada importancia en un argumento no tan mal contextualizado. La narración comienza con la descripción de un mundo en el que quedan pocos humanos reales, Melanie es uno de ellos. Los cuerpos de los individuos son inoculados con almas/conciencias extraterrestres que pocas veces permiten la supervivencia del alma de la persona original. Sin embargo, Melanie logra sobrevivir y convive en su cuerpo con un nuevo alma, el de Wanderer. Juntas -inevitablemente- buscarán al novio y la familia humanos de Melanie. Y cuando los encuentren, tendrán interesantes debates a grito de voz en off sobre a quién besar o dónde ir.
Aunque no resuene al nuevo Crepúsculo ni en éxito ni en promoción, The Host dará de sí para una tarde de sábado adolescente sin mayores pretensiones que la de una historia de amor con obstáculos. Pero, vaya que sí, Niccol, ya podrías volver a inocular al espectador mejores guiones como antaño. Esos que sí tenían alma.