De un tiempo a esta parte, la temporada de enero y febrero se ha convertido en un cúmulo de estrenos proveniente de los Oscars que aun están por venir que nos hace entrar en una vorágine de dos películas oscarizables a la semana, con el estrés, para algunos, que eso conlleva. Como en Hollywood son muy listos diseñan películas que saben que cumplirán muchas de las propiedades que ya han tenido anteriores e infames ganadoras de los premios: relatos de autosuperación, preferencia por historias reales, reparto de campanillas y un artesano a los mandos que no dé mucho el coñazo con temas autorales. Así, se estrenan en estas fechas films, de aparente calidad, que en otro momento hubiésemos despachado con cierto desdén. Los principales ejemplos entre las ganadoras (si miramos las nominadas veremos mil ejemplos más) de esta tendencia podrían ser Carros de fuego, Ghandi, Paseando a Miss Daisy, Shakespeare in love, Una mente maravillosa o El discurso del rey, todas ellas correctas pero totalmente olvidadas una vez pasado el tiempo.
Esta pequeña divagación viene a cuento del estreno de The imitation game (Descifrando Enigma), producción británico-estadounidense dirigida por el noruego Morten Tyldum, que se estrena así en el cine anglófono. No cabe duda de que la historia de Alan Turing, interpretado por Benedict Cumberbatch, es de las que merecen ser contadas por lo excepcional del personaje: insigne matemático e inventor de la inteligencia artificial, Turing ayudó a descifrar la máquina Enigma que codificaba las comunicaciones alemanas durante la Segunda Guerra Mundial; pero, en cambio, sufrió una cruel violencia por parte del sistema por su condición de homosexual.
The imitation game (Descifrando Enigma) toma todo estos hechos centrándose principalmente en cómo Turing y su equipo consiguieron romper el código de Enigma y así ganar la guerra, pasando poco más por alto todos sus problemas posteriores. Como esto está más cerca de una feel good movie que de un drama sesudo hay que priorizar lo bueno y bonito y caminar de puntillas por lo malo y feo. Así, Tyldum y el novato guionista Grahan Moore (aunque más bien habría que hablar de la amplia nómina de productores) construyen una cinta que va viajando de un género a otro para que dé la sensación de que estamos ante una película de lo más completa: un poquito de espionaje, unas cuantas dosis de humor, bien de drama personal (más presente por la condición de autista no diagnosticado que por la represión sufrida por sus tendencias homosexuales), algo de tímido romance…
Como decía al inicio, el plantel actoral es de primer nivel: a la sensible interpretación de Benedict Cumberbatch (que tiene su momento monólogo de rigor para su probable nominación) y la soportable de Keira Knightley (que también tiene su monólogo), se unen las fuertes presencias de Charles Dance y Mark Strong (si hasta salen el del anuncio de Ferrero Rocher y el proletario de Dowtown Abbey). También conviene destacar la banda sonora obra de Alexandre Desplat (otro que pide un Oscar a gritos en cada nota) y la fotografía del barcelonés Oscar Faura, colaborador habitual de Bayona, que no desentona nada dentro de toda la pulcra corrección de The imitation game (Descifrando Enigma).
¿Es mala la película? No, no lo es. The imitation game (Descifrando Enigma) es muy entretenida, todo está en su sitio y queda muy claro por qué nos cuentan esto y por qué no nos cuentan otras cosas de la biografía de Turing que también podrían haber entrado: porque esto es lo que tu madre llamaría una buena película, una obra pensada con corrección y oficio para agradar a todos los públicos posibles y a la que no se le pueda poner ninguna pega evidente. Lo dicho, carne de Oscars.