Eran las diez de la mañana y Puri se disponía a abrir las puertas del «Videoclub Universal » como hacía de lunes a sábado todas las malditas semanas del año. Estaba algo hastiada ya porque las ventas y alquileres habían caído en picado hasta prácticamente desaparecer. Una vez subida la persiana, abierta la puerta, encendidas las luces, el ordenador, el reproductor de video y la televisión, introdujo el VHS de «El quinto elemento» para que la acompañase aquella mañana.
Las diez y veinte. Llegó un chico de correos con un paquete.
– Buenos días.
– Buenos días.-contestó Puri.
– Aquí tiene éste paquete…
– Ya, pero yo no estoy esperando nada.
– Está a nombre del videoclub, tranquila. No hay que realizar ningún tipo de pago. Sólo firmar aquí como que lo ha recibido.
– De acuerdo-dijo Puri aún sin estar muy convencida.
El chico se marchó y Puri se enfrentó al mediano paquete que tenía frente a sí encima del mostrador. Tras ella estaban los muebles y estantes con todas las cintas y DVD’s para el alquiler. En el mostrador, aparte del paquete y la malsana curiosidad de Puri, estaban todos los dulces y chucherías que te podías imaginar.
Ya no podía esperar más. Ella cogió un cúter y abrió la caja por los laterales, luego éste estaba envuelto en un plástico resistente que tuvo que cortar con la misma herramienta.
– Joder, lo que pesa ésto.
Quitó el plástico de burbuja que seguía y ahí lo tenía…
– ¿Un dodecaedro?-se preguntó.
Era un dodecaedro de cristal negro obsidiana.
-¡Buenos días!-dijo Cristóbal, un cliente asiduo de doce años.
– Buenos días, Cristo.- Ella retiró todos los papelorios y la caja del mostrador, dejándolas en el suelo. Mientras, el chico se puso a mirar el estante de las Novedades.
-¿Has traído algo nuevo de acción?
-No, Cristo.No he traído ninguna novedad desde la última vez que me preguntaste. Es decir, ayer.-sonrió.
Cristóbal se acercó al mostrador, poniendo una carátula encima.
-¿Otra vez «Otra vez «The Fast & The Furious»?
– Sí. No me canso de verla…¿Qué es eso?
– ¿El qué?
– Eso.- Tocó Cristo el dodecaedro, provocando una explosión de aire azulada que despeinó a ambos, pero que que no movió ni una cinta ni carátula de su sitio.
-¿Qué…ha…pasado?-preguntó Cristo.
– No lo sé, pero, ¿estás bien?-preguntó preocupada.
Aún había restos eléctricos en las puntas de sus dedos, se quedaron mirando ensimismados. Puri se sacudió las manos.
-¡Estoy súper bien!¿Puedo tocar esa cosa otra vez?
– Mejor no. Prefiero guardarlo y saber cómo se utiliza primero…
– Guay- dijo éste.
Cristo se llevó varias golosinas con su película y se marchó tan contento. Puri cogió un par de trapos, agarró el dodecaedro y lo colocó cuidadosamente dentro de su caja.
De pronto sonó su teléfono móvil y ella se asustó. En la pantalla de la televisión, Milla Jovovich estaba a punto de lanzarse al vacío. La llamada era de su novia, Yolanda.
– Hola, cariño, ¿qué tal estás?-preguntó.
– Pues aquí en la inmobiliaria con los informes y estadísticas de las ventas de las últimas semanas, cariño. No te quiero aburrir. Acabo de salir para desayunar.¿Y tú qué tal?
– Bueno,…pensando en la tripita de Kiffy y una cosa que me han enviado al videoclub.
-¡Bah! No te preocupes por la Gata, cariño. Verás como se recupera pronto. Ya te lo dijo Antonia, la veterinaria y…¿Qué es eso que te han enviado? ¿Un home cinema?¿¿Un consolador?-rió
– Noooo, Ja, ja, ja, ja, ja, es…Un dodecaedro de obsidiana.
– ¿Un dodecaedro?¿Pero baila, tiene música, proyecta algo con gracia y salero?
– Tiene una tormenta.-la interrumpió Puri.
– ¿Una tormenta? Creo que me estás asustando.-dijo Yolanda denotando preocupación en su voz.
– Cariño, esto tienes que verlo en persona. Te lo aseguro.
– Vale cariño. No me preocupes de más, ¿eh? Luego te llamo cuando salga para el almuerzo y nos vemos en casa.
– Ciao.
– Ciao.- y colgaron.
Puri se puso a barrer y a fregar el local con el sonido de la película de fondo. De vez en cuando entraban clientes y ella les atendía encantada.
Las una y veinte. Ya era casi hora de cerrar. Apagó todo, cogió el dodecaedro con los trapos con sumo cuidado y lo posó sobre el mostrador.
Agarró su bolso, las llaves y cuando se dispuso a coger nuevamente el objeto de obsidiana…no se movía del sitio. Lo intentó varias veces, pero nada.
-¡Maldito trasto del demonio!- gritó enfadada.
Pero en realidad lo que estaba era:
1) Decepcionada por no poder enseñárselo a Yolanda.
Y sobretodo,
2) Cagada de miedo.
¿Qué era esa cosa?
Ya lo iría gestionando sobre la marcha. Cerró la puerta y bajó la persiana.
Las cinco y veinte. Puri miró el reloj frente a la puerta del videoclub. El almuerzo había ido bien, pero ella prefirió omitir el tema del dodecaedro y cuando Yolanda le preguntó por el mismo, no le dio importancia.
El problema es que ahora tenía que abrir y le tocaba enfrentarse a aquel objeto. Inspiró hondo y abrió. Entró e hizo su rutina de encenderlo todo, pero a aquella cosa solo la miró de soslayo.
El bolso lo había dejado dentro y no se molestó en cambiar de película. Simplemente pulsó al «Play».
Se puso de pie tras el mostrador e inevitablemente su mirada se posó en el dodecaedro. En sus oídos comenzaron a sonar unos pitidos sordos.
– Buenas tardes.
Puri salió del trance tocándose los oídos y recuperándose de aquel zumbido extraño. Unos clientes habían entrado. La tarde estaba tranquila y sobre las siete llegó Miguel, su amigo de 22 años que trabajaba en el mercadillo.
-¡Hola, Puri! ¿Qué tal?
-¡Hola, Miguel! Aquí estamos. Echando la tarde.- Éste se acercó al mostrador.
– ¿Te has enterado de lo del «Metro Video»?
– No, ¿qué ha pasado?- preguntó.
– Han cerrado. Ya van dos videoclubs este mes, así que eres el último de la zona.
– Vaya noticias me traes. Para dar ánimos, vamos.
– Ya, ya y cuéntame, ¿qué es ésta cosa?- preguntó mientras acercaba su mano…Puri le agarró de la muñeca y le detuvo.
– Por favor, no lo toques.
– ¡Uy, uy, uy! Qué misteriosa.
– Es que creo que es peligroso- zanjó.
– Venga ya. ¿Y para qué comprarías algo así?
– Ese es el caso…que no lo he comprado. Me llegó esta mañana a nombre del negocio y luego estaba Cristo, lo tocó, pasó algo…
– ¿Cristo lo tocó? ¿Pero qué pasó?
– Fué como un vendaval azul eléctrico, ¿vale? No sé cómo explicártelo mejor. Ocurrió todo muy deprisa.
– Pues si que da un poco de repelús. Oye, ¿tú crees que los demás videoclubs también recibieron uno de éstos antes de verse obligados a cerrar?
– Miguel, has visto muchas películas de miedo.
– Es que ésto parece sacado de una.
– Bueno, hay otro detalle que no te he contado que entonces ya te montas la película completa.
– Cuéntame, a ver.
– El dodecaedro no se mueve de su sitio y si te quedas mirándolo fijamente, te zumban los oídos.
Miguel se quedó boquiabierto.
– ¿Eso es verdad?
– Sí, es cierto.
– Tengo que probarlo. -Éste se puso frente al objeto de obsidiana y lo miró desafiante. El pitido no tardó en llegar…y comenzó a sangrar por la nariz, por ambos orificios.
– Miguel, ¿Estás bien?- preguntó Puri.
Él no conseguía apartar la mirada y Puri decidió darle un tortazo para sacarle del trance. El mostrador se llenó de gotitas de sangre.
– ¿Qué ha pasado?- preguntó Miguel tapándose la nariz.
-Que te has quedado absorto y te has puesto a sangrar. ¿Estás bien?- preguntó
– No, no estoy bien. – señaló al dodecaedro con los ojos abiertos de par en par- Esa cosa es el demonio, Puri. Desházte de ella aunque tengas que tirar el mostrador. Sólo te va a traer desgracias. He visto, he visto…
– ¿Qué? ¿Qué has visto?-preguntó
Miguel se dio la vuelta sin ninguna explicación y salió corriendo. Puri quedó estupefacta. Limpió con alcohol toda la sangre y también tuvo que fregarel suelo. Desde luego que estaba asustada. Desde luego.
Esa noche echó el cierre bastante satisfecha con la afluencia de clientes. Había alquilado más que en los últimos meses.
A Yolanda no le dijo ni una palabra del dodecaedro.
Las diez y cuarto de la mañana y tenía que volver a abrir, pero no estaba preparada para lo que sus ojos vieron. Dejó caer el bolso al suelo y cerró la puerta tras de sí una vez del local. Cogió su móvil y marcó.
-¿Miguel?-preguntó con la voz entrecortada
– El número al que llama está apagado o fuera de cobertura en este momento. Puede dejar un mensaje después de la señal. (PIIII)
– ¡Miguel! Escúchame, por favor. Creo que ésta cosa te oyó hablar ayer. Ha echado una especie de raíces de cristal y me han destrozado el suelo.
Ahora me tendré que inventar que es algún tipo de decoración. Creo que tenías razón y ésto es de mal augurio. Tengo que pensar en cómo deshacerme de éste cristal. Contéstame cuando puedas, ¿vale? Que quiero saber cómo estás.
Puri colgó, dejó el bolso atrás y sacó la escoba para limpiar el estropicioque dodecaedro había provocado. También pensó que las losas levantadas podrían ser un peligro para los clientes y sacó el cartel de «Cuidado suelo mojado».
Abrió la puerta y suspiró.
-¡Hola Puri!- gritó Cristo frenando su bici.
– Hola Cristo.
Cristo entró con su bicicleta con toda la confianza del mundo.
– Qué chulo te ha quedado ésto.-dijo refiriéndose a las raíces y poniendo la película VHS sobre el mostrador.
– Gracias. -contestó Puri-Es un adorno.
– Ya, ésta tarde vengo y me cojo otra peli. Ahora me voy a jugar.
– Muy bien. Luego nos vemos.
Cristo pedaleó hacia la calle, giró a la derecha, llegó a la plaza, una cuesta, Puri pulsó F4 en el ordenador, devolución, Cristo se emocionó al coger impulso y Puri pulsó Intro.
Cristo dejó de respirar.
Cayó de la bicicleta y las ruedas seguían girando.
Ajena a todo, Puri se puso a limpiar el polvo de las estanterías con un plumero. Al rato entró Susana, otra cliente habitual que venía a devolver una película romántica que había visto junto a su marido, David. Puri le pidió que dejara la cinta encima del mostrador y así lo hizo. Se despidieron y Susana se marchó.
Para cuando Puri realizó la devolución en el sistema, Susana estaba en una cafetería y David colocaba bandejas de lomo en la carnicería del Alcampo. Cuando pulsó «Intro», Susana soltó la taza agarrándose el cuello y David cayó de rodillas. Ambos fueron atendidos por los servicios sanitarios.
– Buenos días
– Buenos días, Rodrigo. -contestó Puri tras el mostrador. Era un señor de unos 56 años que también venía a devolver una película.
– ¿Qué tal estás?
– Muy bien.¿Y tú? ¿Te ha gustado la película?
– Algunos diálogos un poco excesivos, pero en conjunto muy buena.
– Me alegro. -contestó Puri.
– Aquí tienes la cinta y me pones un euro de pictolines, por favor.
– Sí, claro. Ahora mismo.
Cuando hubo terminado, se despidieron y Puri se dispuso a realizar la devolución de la cinta en el ordenador.
Rodrigo estaba saliendo del videoclub, bajando el escalón.
Puri pulsó F4, Devolución.
INTRO
Rodrigo se retorció.
La bolsa de caramelos cayó al suelo y se esparció. Él se agarraba de la garganta y buscaba aire desesperadamente. Hincó las rodillas contra la acera y finalmente apoyó las manos en el suelo.
Puri levantó la vista y salió corriendo rodeando el mostrador
– ¡Rodrigo, Rodrigo!-gritaba.
A partir de ahí sólo recuerda a muchos vecinos curiosos alrededor, ella llamando a una ambulancia y realizando una RCP a Rodrigo porque se moría asfixiado.
Era como si hubiera olvidado cómo respirar.
El dodecaedro tenía algo que ver con aquello, ¿los demás clientes estarían bien?
Tenía el teléfono de Susana, así que llamó y cuando se puso su madre llorando, explicando los síntomas de su hija, ingresada en el hospital, al igual que su marido y enganchados a una máquina de respiración asistida, ya no tuvo dudas.
Les deseó una pronta recuperación y colgó.
Quería llamar también a Yolanda, pero todo aquello la desbordaba y no quería preocuparla.
El zumbido comenzó nuevamente.
Puri creó un cliente ficticio a su nombre, sacó la cinta del video y se la alquiló a sí misma. Respiró muy hondo y una lágrima cayó por su rostro porque en realidad no sabía por qué estaba haciendo aquello
– Vamos allá, maldita zorra.- dijo suspirando y mirando al dodecaedro.
Película número 333- El Quinto Elemento
Pulsó F4, Devolver
INTRO
Sus ojos se desorbitaron, su respiración era inexistente, se agarró al teclado, a su garganta, cayó al suelo bocarriba. Se ahogaba y no podía hacer nada.
Echó mano del móvil, marcó el 112, pero no podía hablar.
Perdió el conocimiento.
Se asfixió.
Abrió los ojos en una gran sala acristalada que no parecía tener salida alguna.
Una gran humareda azul eléctrica lo envolvía todo y ella miró en derredor bastante confundida.
De pronto vio a Cristo corriendo hacia ella.
– ¡Puri! ¡Puri! ¡Me morí y desperté dentro de tu cacharro!
Ella abrió mucho los ojos.
-¿Dentro del dodecaedro?¿Y estamos atrapados?- preguntó Puri.
– Sí, pero ya no estoy sólo.
Escrito por Luis M. Sabio