Estamos ante una película de detectives totalmente canónica, cuyo mayor punto de interés recae en su ambientación victoriana en una época complicada. Toda esa atmósfera sucia y atiborrada que desprenden los decorados por los que transita la historia nos traerá a la memoria a Jack el Destripador, aunque los sucesos de la película son temporalmente anteriores. La trama avanza a un ritmo correcto, suficiente para que el espectador se mantenga interesado pero lejos de otros productos más dinámicos. En muchos sentidos, «The Limehouse Golem» resulta muy clásica, cosa que no tendría que ser negativa si no conllevara una cierta pérdida de frescura y originalidad. De hecho, podríamos decir que el director español Juan Carlos Medina (Insensibles, 2012) se limita a desarrollar el guion firmado por Jane Goldman (sobre la novela de Peter Ackroyd) de un modo lineal y poco arriesgado, aunque se agradecen algunas alternancias entre la propia trama detectivesca y el microuniverso encerrado en el teatro donde transcurre buena parte de la acción.
Y es precisamente en el guion donde encontramos los mayores obstáculos para un mayor disfrute del filme. Como si fuera un capítulo cualquiera de una de las muchas series policíacas de TV, el libreto nos presenta a una serie de personajes como principales sospechosos, haciendo girar la atención sobre cada uno de ellos de un modo poco hábil. Se juega constatemente al despiste, cosa que termina cansando y que concluye con un desenlace totalmente tramposo en el que el espectador puede sentirse engañado. Para más inri, se desaprovecha (para mi gusto) ese componente mitológico que podía haber dado mucho juego más allá de ser un mero reclamo publicitario. Tampoco el factor truculento que prometía la película es algo mencionable, ya que se queda muy cortita en este aspecto.
El protagonismo queda repartido entre Bill Nighy, que aparece aquí con una presencia muy sobria y estirada, y la joven Olivia Cooke (Ouija, 2014), cuyo trabajo me parece de lo más destacable de la cinta. También tiene mucho peso un más que correcto Douglas Booth (Orgullo, prejuicio y zombis, 2016), mientras que la española María Valverde completa el cuarteto en un papel con menos enjundia.
«The Limehouse Golem» ofrece un entretenimiento moderado, y puede disfrutarse si conseguimos meternos en la atmósfera que nos propone y no le prestamos demasiada atención a sus trampas de guion. Se deja ver, sin más.