The Man in the White Suit: Los peligros del idealismo desmedido.

Publicado el 23 enero 2010 por Fantomas
“The Man in the White Suit” (1951), es una comedia del director Alexander Mackendrick, la cual está protagonizada por Alec Guinness, Joan Greenwood, y Cecil Parker.
Sidney Stratton (Alec Guinness) es un empleado del laboratorio de una gran empresa textil. Sidney ha desarrollado en secreto un gran invento: una tela que jamás se rompe ni estropea con el uso. Podría pensarse que algo así está destinado a revolucionar la industria, pero lo cierto es que los jefes de Stratton están dispuestos a todo para bloquear su éxito.
Luego de la salida del director Robert Hamer de los Estudios Ealing, su sucesor natural parecía ser Alexander Mackendrick, quien había debutado como director con la comedia “Whisky Galore!” (1949). El segundo film del director en el estudio sería “The Man in the White Suit”, el cual estaba basado en una obra teatral escrita por el sobrino de Mackendrick, Roger MacDougall. Si bien MacDougall estaría involucrado en la construcción del guión junto a Mackendrick y John Dighton, este poco tendría que ver con la fuente original. Esto se debió a que el director quería centrarse en los problemas de la industria textil y sus responsabilidades, tras enterarse del increíble invento del protagonista. Esto dio como resultado un retrato pesimista de los valores y las obligaciones de las empresas y de la sociedad, al mismo tiempo que la cinta se presenta como una fábula acerca de los peligros del exceso de idealismo.
“The Man in the White Suit” tiene un comienzo más bien pausado, en el cual Mackendrick nos presenta a Sidney Stratton, un aspirante a científico que ha tenido algunos problemas para mantener sus trabajos debido a que ha sido sorprendido en variadas ocasiones ocupando los laboratorios de las empresas textiles en las cuales ha sido contratado sin permiso de los administradores. Solo tras establecer una relación de amistad con Daphne Birnley (Joan Greenwood), hija del empresario textil Alan Birnley (Cecil Parker), el protagonista logra obtener el permiso de este último para ocupar el laboratorio de su empresa y así realizar sus experimentos. Dichos experimentos resultan ser bastante explosivos, y la verdad es que cada vez que cree que está cerca de lograr su cometido, una nueva explosión le demuestra lo contrario. Sin embargo, el excéntrico idealista no está dispuesto a abandonar su trabajo, y eventualmente logra dar con la fórmula que le permitirá crear una tela que no se ensucia y que es totalmente indestructible, la cual pondrá en jaque toda la estabilidad de la industria textil.

Y es que el protagonista en ningún momento de la historia piensa en las posibles repercusiones de su invento. Un traje indestructible significa que la gente va a comprar menos ropa, por lo que las empresas tendrán que producir menos productos, lo que obviamente va a significar una menor cantidad de puestos de trabajo. Es por esta razón que no solo las compañías textiles se asociarán para que el invento de Sidney no vea la luz del sol, sino que también el sindicato de trabajadores hará todo lo posible por mantener en silencio al protagonista con tal de conservar sus trabajos. Al regir su vida y su trabajo puramente por los logros de su investigación, Sidney no logra ver las implicaciones sociales de su invento, pese a que todo el mundo intenta que este entre en razón. Es ahí donde su blanco y brillante traje adquiere un simbolismo especial, representando la inocencia y la pureza de este hombre (la que por momentos se transforma en necedad), que evita caer en todo tipo de tentaciones que puedan desviarlo de su objetivo. En cierta medida, Sidney es una suerte de Don Quijote moderno que debe enfrentarse contra los molinos de viento de la era post industrial representados por el consejo de empresarios y sus propios compañeros de trabajo.
Mackendrick de alguna forma deja planteada la idea de que en ocasiones es mejor mantener el status quo mediante pequeños avances periódicos, que intentar cambiar todo de golpe sin medir las reales consecuencias de los cambios realizados, pese a lo nobles que pueden ser nuestras intenciones. Si bien la cinta también plantea una suerte de crítica al mundo del consumo, los temas de fondo son tratados desde el prisma de la parodia más caricaturesca. El protagonista en sí es una caricatura del genio despistado, que no hace más que destruir el inmobiliario de la empresa con cada uno de sus experimentos. Sir John Kierlaw (Ernest Thesiger), el maquiavélico y temido empresario textil, es también una figura bastante caricaturesca, una suerte de Sr. Burns cuya moral es bastante cuestionable. Sin duda es Kierlaw el verdadero cerebro tras la persecución implacable de la que es víctima el protagonista, el representante de la lógica que opera todo el sistema capitalista. Según el mismo Mackendrick, esto responde a que “cada uno de los personajes que pueblan la historia fueron ideados como una caricatura de un determinado pensamiento político, cubriendo todas las bases desde el comunismo, pasando por el individualismo romántico, el liberalismo, el progresismo, hasta llegar al capitalismo”.

Las actuaciones en general son estupendas. Esta fue una de las películas más exitosas de Alec Guinness al interior de la Ealing, quien nuevamente realiza un trabajo destacable interpretando a este científico con alma de niño. Joan Greenwood por su parte, también realiza un buen trabajo interpretando al interés amoroso del protagonista, una joven rebelde que se siente atraída por la rectitud moral y la perseverancia que exhibe Sidney. Por último tenemos a Cecil Parker, quien interpreta a Alan Birnley, un empresario paternalista que según el mismo director, estaba basado en el presidente de la Ealing, Michael Balcon. Por otro lado, el trabajo de fotografía de Douglas Slocombe se presenta como un pequeño homenaje a la estética manejada por directores como Fritz Lang. Aquellas escenas en las que Sidney huye con su brillante traje blanco a través de oscuros callejones, mientras es perseguido por una horda de trabajadores del sindicato, son una buena evidencia de aquello.
“The Man in the White Suit” no solo es recordada como una de las mejores películas de Alexander Mackendrick, sino que también ha sido señalada como “uno de los films británicos más inteligentes y complejos de la historia del cine”. Esto afirmación no resulta extraña considerando el humor mordaz que el director maneja en esta cinta, y el grado de ironía y ambigüedad que presenta la historia. Si bien es cierto que la primera mitad de film transcurre a paso lento, el segundo tramo de la cinta es más frenético y está plagado de momentos memorables. En definitiva, “The Man in the White Suit” es una fábula moral divertida, inteligente, y pesimista, cuyo final alcanza niveles casi surrealistas, la cual cuenta con un gran elenco y un apartado visual realmente destacable, razones por las cuales esta cinta es definitivamente un imperdible del cine británico.


por Fantomas.