Las primeras escenas de la película nos presentan a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un soldado estadounidense que ha combatido la guerra en el Pacífico, al que parecen haber desequilibrado tantos años de combate. Un primer apunte inquietante: en un ambiente relajado, pues acaba de declararse la rendición del Japón, sus compañeros de armas esculpen una mujer desnuda en la arena de la playa. Es una simple broma, la típica alusión a la tensión sexual del soldado. Pero para Freddie aquello es mucho más: se acuesta con la figura y realmente realiza el acto sexual con ella ante la mirada atónita de los otros soldados.
La vuelta a la vida civil no parece que mejore el estado del protagonista: su vida es la de un alcohólico que debe cambiar de trabajo cada poco tiempo porque en todos acaba teniendo problemas. Freddie es un individuo violento, solitario y con una constante necesidad de sexo salvaje, un cóctel explosivo del que quizá pueda salvarle Lancaster Dodd (Philip Seymur Hoffman), el gurú de una secta (ellos prefieren llamarla movimiento espiritual) en pleno proceso de expansión, que por alguna extraña razón simpatiza desde el primer instante con Freddie, al que conoce por la más pura casualidad. A partir de aquí la película se centra en esta insólita relación paterno-filial. Lancaster quiere probar su terapia con Freddie, pero éste parece un caso perdido... Al final parece que ambos personajes tienen más puntos en común de lo que aparentaban, aunque si hablamos de final de metraje no es porque se llegue a conclusión alguna: en este sentido Anderson no se lo pone nada fácil al espectador.
Personalmente, y remitiéndome a lo que comentaba al principio, esperaba encontrar un retrato más o menos fiel de los inicios y consolidación de la secta de la Cienciología (aquí rebautizada como La Causa), como convencieron a sus ricos patronos con tan pobres y manidos argumentos y como se transformó en un movimiento influyente a nivel mundial que ha llegado a captar a actores famosos que publicitan sin reservas las supuestas bondades de una doctrina espuria y banal basada en unas promesas ambiguas de encontrar la fuerza para mejorar en el propio interior de uno mismo. Hay un momento en el film en el que parece que las cosas van a ir por fin en ese rumbo: cuando el discurso de Lancaster es interrumpido por alguien que le contrapone las virtudes de la ciencia. Pero esta discusión es acabada por Freddie mucho antes de dejar en evidencia a su maestro de la forma que mejor sabe: con los puños. Así pues The Master es una película extraña cuya mejor virtud es la estupenda interpretación de sus dos protagonistas. Pero también es una oportunidad perdida de exponer un discurso valiente acerca de esas sectas manipuladoras que aprovechan los miedos y las esperanzas del hombre para sacar réditos económicos y sociales. Un momento ¿no actúan así también las religiones oficiales? Eso daría tema para otra película...