‘The Office’ – Un día en Dunder Mifflin

Publicado el 13 junio 2013 por Cinefagos

En el año 2001 presenciamos el boom de los realities, en el que programas como Gran Hermano o similares parecían tener la necesidad de contarnos lo que les ocurría a un grupo de personas normales y corrientes las 24 horas del día. Esta moda tan absurda como exitosa le dio la idea a Ricky Gervais para adaptarlo a su propio estilo, y crear un falso reality que grabaría, a modo de documental, el día a día de los empleados de una oficina en un pueblo perdido de Inglaterra.

Ya está, esa era la idea, ver cómo trabajaban y se dedicaban a vender papel en horario comercial, y desde luego, muy pocos le vieron la gracia. La serie estuvo protagonizada por el propio Ricky Gervais y por algunos actores poco conocidos, como un tal Martin Freeman que ahora adorna pósters de medio mundo promocionando ‘El Hobbit’, y aunque arrasó en premios, fue bastante mal tratada por la crítica, que no entendía ni el formato ni la forma en la que estaba grabada ni, ya puestos, cuál era la puñetera gracia de la serie.

Esto hizo que The Office fuese rápidamente cancelada y que la historia se cierre abruptamente, pero varios años más tarde, los americanos decidieron adaptarla a su propio país logrando, esta vez sí, el éxito esperado, y superándolo hasta convertirla en una serie de culto  que ha finalizado hace unas pocas semanas con la emisión de su novena temporada.

Por desgracia, el trabajo es el lugar donde la gente pasa gran parte de sus vidas. En ocasiones, nos cruzamos más con los compañeros que con nuestras propias familias, sin embargo, pocas series han decidido optar por ese enfoque costumbrista de la vida en el primer mundo. Suelen tratar de policías que nunca llevan uniforme, de comedias que transcurren en bares, de un pesado que nos cuenta a todas las chicas de Nueva York que se llevó a la cama antes de conocer a la madre de sus hijos… etc. Pocas veces vemos a estos personajes trabajando o, incluso, pocas veces vemos a personajes reales. En la mayor parte de las series son seres de cartón piedra que no se corresponden con la realidad, y en casos como CSI o derivados, entendemos que no existe nadie como ellos, con peinados perfectos, ropa a medida y planchada, actitudes mentales propias de superdotados y aficiones extrañísimas. Nunca vemos a seres humanos, vemos a creaciones de guión con las que no podemos identificarnos. Y en este caso, The Office quería poner remedio a eso enfocando directamente al lugar más aburrido y normal del mundo: Una oficina de papel en el pequeño pueblo de Scranton, en Pensilvania.

Esta oficina, una sucursal de la compañía Dunder Mifflin, se dedica a vender papel a colegios e instituciones, y la trama se centra en los trabajadores y en sus discusiones y conflictos entre ellos. No hay efectos especiales, giros magistrales, cliffhanders, o incluso, banda sonora, su único apoyo son los guiones y la perfecta construcción de los personajes protagonistas, muy arriesgados porque a día de hoy nadie pone a una mujer de cincuenta años sin ningún atractivo como personaje principal. Nos encontramos pues, con una gran variedad de trabajadores de todas las edades y complexiones, desafiando a la moda de que todos sean jóvenes y guapos. No vemos grandes pretensiones de vestuario ni maquillaje, y es que todo tiene que parecer un documental grabado a cámara en mano y en el que los trabajadores tienen que desarrollar su rutina diaria en una comedia tan atípica como difícil de comprender.

Y ese es el principal problema de la serie, que no puedes engancharte de buenas a primeras a ella, porque sus primeros capítulos no hacen gracia. Esa es la principal queja de muchos espectadores, porque estamos acostumbrados a series donde un coro de risas enlatadas (Big Bang Theory, una buena idea que se hace insoportable en seguida) nos dice cuándo tenemos que reírnos. Aquí no se busca el chiste fácil, sino que es algo mucho más irónico y sutil que todo eso:

The Office se basa en la complicidad y familiaridad de los empleados de Dunder Mifflin, en conocerlos como si tú mismo estuvieses trabajando allí y en soportar juntos al típico jefe que va de gracioso pero lo único que consigue son silencios incómodos o la pareja odiosa de la oficina. Todo es tan natural que con el tiempo se les coge un cariño especial a los personajes y no se sienten como extraños o como maniquíes con frases. Así, podemos ver a Michael Scott como la personificación de todos los jefes odiosos del mundo, un tipo que se cree divertido pero que lo único que provoca es vergüenza ajena.

Michael Scott se une así a un elenco tan peculiar como el formado por Dwight Schrute, el típico pelota de la empresa y un personaje tan extraño como remarcable, al nivel de todos los Gregory House o de otros mucho más publicitados. Por no mencionar a Creed, Meredith o Ángela, entre otros, personajes que no tienen escenas rompedoras donde exploramos a fondo su personalidad, sino que poco a poco vamos viendo pequeños detalles sobre sus vidas que ayudan a formarlos en estos episodios autoconclusivos hasta conocerlos igual de bien que a nuestros familiares o amigos.

Por no mencionar que The Office tiene uno de los mejores y más creíbles romances de la historia de la televisión, hablo de Jim y Pam, el oficinista y la recepcionista de Scranton, y que con sus miradas y silencios dicen mucho más que otras grandes series, demostrando que la calidad no va ligada al presupuesto ni a los efectos especiales y que a veces la verdadera belleza está en lo cotidiano que solemos pasar por alto. Y al final, ni Michael es tan capullo, ni Dwight tan odioso, ni The Office tan absurda como parecía en un primer momento. Un vistazo al lugar en el que a todos nos gustaría trabajar y al que, cuando se apagan las luces, nos encantaría regresar, aunque sea un entorno tan gris y aburrido como lo es una simple oficina. Tal vez sea porque en el fondo, es algo más.

 IP Anónima