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THE RING. (RINGU, JAPÓN, 1998)
Productores: Kadokawa Shoten Publishing/
Guión: Hiroshi Takahashi sobre novela de Kôji Suzuki /
Fotografía: Junichirô Ayashi/
Música: Kenji Kawai/
Efectos Especiales: Hajime Matsumoto/
Intérpretes: Nanako Matsushima, Miki Nakatani, Katsumi Muramatsu/
Duración y datos técnicos: 91 min. Color.
Mientras esperamos con cierto anhelo la tercera entrega de la versión yanqui de “La Señal”, (The ring, 2002), esta vez dirigida por Hideo Nakata, prevista para 2012, resulta siempre apetecible revisitar la versión original con la que nos deleitara el propio director allá por 1998.
Basada en la novela homónima de Kôji Suzuki, publicada en 1991, se convirtió en breve tiempo en una cinta de culto en Japón y fuente de inspiración para numerosas secuelas de dudosa calidad creadas por la factoría Hollywood. Con “The ring three” (2012) Nakata cerrará su cuarta versión de la historia, según las novelas de Suzuki .
En su momento supuso una auténtica revolución dentro del cine de terror japonés. En una época en la que la producción de J-Horror era escasa y de muy baja calidad, Nakata devolvió al género al camino del éxito desde el punto de vista comercial y artístico convirtiendo en celuloide la novela de Suzuki. Habían pasado más de veinte años desde que dos de los grandes clásicos del cine nipón, crearan sus obras maestras del género, Masaki Kobayashi con “El más allá” (Kwaidan, 1964) y Kaneto Shindô con “Onibaba” (1964). A partir del estreno y difusión de “Ringu”, se fue creando esa nueva corriente de cine de horror asiático, en la que destacarían directores como Takashi Miike, Kiyoshi Kurosawa, que nada tiene que ver con el maestro Akira, o el propio Takashi Shimizu con su saga sobre “La Maldición” (Ju-On, 2000).
Recibió el premio a la mejor película y mejores efectos especiales, en la trigésimo segunda edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña, por el excepcional trabajo de Haime Matsumoto.
El planteamiento de la historia es de alguna forma muy clásico, se toma su tiempo y se deleita inmiscuyendo a una serie amplia de personajes secundarios dentro de la trama desde la primera escena. Va creando su maldición y asentándola desde muchos puntos de vista, para darle credibilidad hasta el primer punto de inflexión de la trama que se produce con la muerte de la sobrina de la protagonista. Esto funciona como catalizador y comienza la investigación de los protagonistas. Juega con una mezcla de ficción y realidad dentro de la narración, de forma muy hábil. Así va desarrollando una historia de terror profundo y recóndito en tres actos. El segundo acto se centraría en la investigación, donde aparte de desarrollar la historia va introduciendo nuevos personajes que mediante flashbacks van esclareciendo detalles de esta lúgubre investigación, hasta llegar a un clímax capaz de espantar al más frío espectador. Un final que por su originalidad y salvaje vigor me cuesta recordar uno mejor. El tempo deliberadamente in-crescendo durante toda la narración nos ofrece un ritmo perfecto y va adquiriendo importancia hasta que se convierte en algo vital para los personajes. Los lleva hasta más allá de sus límites poniendo fecha a su último día de vida y formalmente le otorga a la película la ventaja de ofrecer siempre lo que se espera de ella.
Otros elementos decorativos, son protagonistas de importancia. El uso de multitud de espejos, con mayor o menor protagonismo en la escena, incide en esa idea de sugestión hacia el espectador. La muerte de varios niños, que un niño pregunte si los niños pueden morir y habilidad innata de los nipones para que sus infantes nos aterroricen, con esos tremebundos rostros blanquecinos entre sombras, no hacen más que potenciar la intranquilidad del agradecido espectador.
Pero además la película ofrece tensión constante, ofrece un miedo que se te queda pegado, ofrece sustos que aún hoy me resultan originales. Tiene componentes de intriga correctos con su particular rompecabezas que sin llegar a poder considerarse como “Whodunit”, sí tiene una profunda capacidad para desconcertar a personajes y espectador, haciendo creíble la historia.
El director profundiza en los personajes y las relaciones entre ellos le aportan el tono dramático de la cinta. La nula relación entre un padre y su hijo y un matrimonio que podría considerarse de alguna forma desafortunado, le otorgan ese tono dramático y ahondan en esa idea de que “la procesión va por dentro” tan japonesa.
Haciendo una mención especial al montaje de sonido, he de decir que los efectos de sala escapan del susto fácil y el golpe de efecto y por su complejidad me parecen de una calidad considerable. Entramados en una banda sonora que mezcla música electrónica, con piano y cuerdas, no de excesiva calidad musical quizá, pero sí de una tremenda expresividad, siempre al servicio del terror.
Creo que para aquellas personas que sólo hayan visto la versión americana protagonizada por Naomi Watts, deberían acercarse a esta lúgubre historia de Sadako, cuyo maldición basada en el odio y la ambición, es efectivamente mucho más tremebunda que la Samara de Verbinski, más terrorífica, más entretenida y más inteligente. Una historia de premoniciones, fantasmas, poltergeist y leyendas más o menos urbanas que pondrá nervioso al más impertérrito.
Por: Juan José Iglesias.