Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Alberto Aguado
Publicado en: Octubre 2016
La Titiritera ha huido. El misterio de los muertos que caminan se ha resuelto... Pero no el crimen. Mientras la mente tras los crímenes de la Carroña siga libre, el terror seguirá extendiendo su pavoroso manto sobre la ciudad... ¡y quien sabe si la nación entera!
Hubo un breve momento de paralizante sorpresa en el rostro de la mujer. Richard Wentworth alzó la pistola automática que su sirviente Sikh le había entregado momentos antes. Justo en el instante que apretaba el gatillo as través de una puerta a su derecha apareció uno de los huéspedes de la Titiritera.
El jefe del hampa se convirtió en una involuntaria muralla de carne, recibiendo la bala del calibre cuarenta y cinco destinada a la mujer en su propia sien. Mientras aun caía ella corrió hacia la ventana al final de la pasarela, atravesándola y alcanzando la escalera de emergencia al otro lado.
Wentworth volvió a disparar. Como si un poder superior se burlara de su intención, por la puerta aparecieron en apresurada avalancha el resto de señores de las bandas pretendiendo cada uno el ser el primero en huir. Marco el Destripador recibió un balazo en el codo. Quien iba detrás de él lo apartó con brusquedad, como una piedra en el camino. El plomo ardiente atravesó su torso, reventando su corazón desde dentro.
En ese instante, el resto de jefes estableció una improvisada alianza, echando mano a unas armas que no estaban allí. Cacheados por su anfitriona, ninguno llevaba herramientas de muerte con las que hacer frente al hombre que les encañonaba.
— ¡Quietos todos! He perdido la cuenta de cuantas balas quedan por disparar. ¿Quién quiere comprobarlo?
Nadie respondió. Tan solo se limitaron a agriar su ya de por si contrariado rictus. Marco el Destripador gemía y lloraba de puro dolor. Atraídos por los disparos, varios policías de uniforme subieron, sorprendiéndose ante una estampa que parecía sacada de un número de Black Mask.
— ¡Señor Wentworth! ¿Se encuentra usted bien?
—Estaré mejor en cuanto estos miserables estén tras las rejas. O en el corredor de la muerte—respondió sin dejar de encañonar a los jefes de las bandas. Ram Singh observó el temblor en las manos de su amo. Estaba al borde del agotamiento.
—Sahib, perdona a este miserable, pero olvidó decir que sahib Kirkpatrick se halla aquí y desea hablar con vos en cuanto os sea posible.
Una sonrisa salvaje retorció los rasgos de quien en secreto era el más despiadado cruzado contra el crimen. Por una vez dejaría que la Ley actuaria allí. Pero the Spider pronto volvería a atrapar al inframundo en su telaraña de terror. Esperó a que los criminales fueran esposados antes de bajar y retroceder en busca de su amigo y comisario de policía de Nueva York.
Stanley Kirkpatrick permanecía al pie de la escalera, cubierto por su gabardina mientras comprobaba cuantos cartuchos quedaban sin disparar en el tambor de su revólver. Levantó la mirada tras su orgulloso mostacho y saludó con quizá excesiva formalidad a su amigo.
— ¡Dick! Lamento las circunstancias pero dado lo que Ram Singh me contó me temó que tú y yo tenemos que hablar cuanto antes sobre este caso.
—Por supuesto, Stanley. Cuando y donde tú mandes.
Sin perder un segundo, el defensor de la Ley, el secreto campeón de los oprimidos y su leal sirviente se dirigieron a la comisaria. Allí, Richard Wentworth prestó declaración jurada de todo lo acontecido desde su secuestro hasta su encuentro con Kirkpatrick.
Después y según su descripción, un artista al servicio de la policía dibujó un retrato robotde la Titiritera. Solo había sido un fugaz vistazo, pero de indeleble intensidad. Ese rostro había quedado grabado en su memoria como el insecto es atrapado por la telaraña. Cuando el elefante acabó con su trabajo, Wentworth acudió al despacho de Stanley Kirkpatrick.
El comisario le recibió con un ademan no del todo satisfecho.
—Siéntate Dick —la naturalidad de sus palabras no lograba ocultar las tribulaciones que su responsabilidad le causaban—. Lamento que por ayudarme hayas corrido tanto peligro.
—Stanley, permíteme decir esto —Wentworth enderezó su espalda, respondiendo con absoluta, mortal seriedad—. Sabía a la perfección el riesgo que corría. Sabes que por esta ciudad estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario. Hasta sus últimas consecuencias.
Hubo un fugaz momento de grave silencio. Kirkpatrick llevaba años convencido de que el hombre que tenía delante y the Spider eran la misma persona. Pero carecía de pruebas sólidas al respecto. Las palabras que acababa de escuchar tenían para él un muy grave significado. Y estaba seguro e que Wentworth era consciente de ello.
Decidió centrarse en el problema más inmediato y urgente.
—El misterio está resuelto. Gracias a tu secuestro al fin sabemos de dónde salían los muertos andantes. Y por qué no pocos ostentaban ese horrible sello en su frente.
—El misterio, pero no el crimen. ¿Quién es la Titiritera? ¿De dónde salen los dispositivos con que maneja sus repugnantes marionetas? ¡Sin cables, Stanley!
>>Incluso tienen pequeñas radios a través de las cuales amenazar y aterrorizar.
El comisario de policía de Nueva York abatió los hombros. Pasó la mano con fuerza por su corto y encanecido cabello. Se pellizcó el entrecejo hasta que sus nudillos casi se volvieron blancos y posó ambas manos con fuerza sobre su escritorio.
— ¡Lo se demasiado bien! esa mujer sigue libre y no sabemos si tiene más de esos terribles talleres con abominaciones preparadas para actuar.
>> ¡Con semejante terror tecnológico una sola persona puede controlar un único ejército imparable!
—Es el miedo el que habla por ti. Respira hondo. Hay gente que se encargará de que eso no suceda —Richard Wentworth le dedicó una intensa, prolongada y muy fija mirada al hombre frente a él.
—Tiene que ser alguien con contactos en las bandas al más alto nivel. Los hombres arrestados en la fábrica son los jefes del hampa más activos de Nueva York.
Wentworth lo sabía demasiado bien. Durante años había masacrado sus filas. De hecho, había ajusticiado a los predecesores de todos y cada uno de aquellos hombres como su terrible alter ego. Sin embargo, no recordaba en toda su larga y sangrienta guerra una reina del Inframundo tal.
Recordaba la banda de las Amazon as, recordaba a la Redentora, recordaba a muchas y muy peligrosas mujeres que habían hecho del crimen su carrera e infame medio de vida. La Titiritera parecía diferente. Como si para ella la delincuencia fuera...
Era una locura. Pero justo esa cualidad demencial era lo que hacía que estuviera seguro sobre la certeza de su idea. Se aclaró la garganta. Quizás lo que iba a decir alejara a su amigo de la desesperación en la que parecía a punto de precipitarse.
—Stanley... Tú estabas presente mientras prestaba declaración. Recuerda: Cuando mientras retenía a esos miserables, varios se quejaron de algo peculiar en extremo. ¡Piensa!
—Dame unos segundos... No —pronunció la palabra con horrorizada incredulidad.
—Sí. Eso mismo. No era la reunión de una alianza. Era la presentación de un producto. Su subasta al mejor postor. Y me convertí en un medio de demostrar su calidad a la par que casi un escarmiento para os investigadores.
— ¿Y cómo logra convertir a los muertos en semejantes abominaciones? ¡Dirige una banda de simples hampones!
—No tan simples, Stanley.
—Ojalá el profesor Brownlee siguiera con vida, él nos podr... —De repente. Kirkpatrick cerró la boca ante la fúnebre expresión de Wentworth. El color abandonó el rostro del comisario a causa de su desliz—. Lo... lo siento, Dick. No pretendía...
—Tranquilo —respondió sin mirar a los ojos de su amigo—. Tienes razón. Necesitamos la ayuda de la ciencia. Pero, ¿a quién acudir que sea de confianza?
— ¿Insinúas que alguien en el mundo académico puede formar parte de esa banda?
—Lo afirmo. Una hazaña tecnológica de tal calibre no puede ser lograda por cualquiera. Tiene que bordear la genialidad.
—Está bien —Kirkpatrick golpeó su firme mentón con el dedo—. Creo que sé que voy a hacer. Necesitaré hombres dispuestos a todo e implacables en su propósito.
—Puedes contar conmigo —Richard Wentworth entendió la no tan sutil implicación en las palabras de su amigo. Kirkpatrick reconocía que la Ley necesitaba ayuda. La de aquel a quien perseguían, considerando su sanguinaria justicia nada más que vulgares asesinatos.
¡Necesitaba a the Spider!
Justo en ese momento, un detective de risueña expresión entró en el despacho sin llamar.
— ¡Hemos averiguado la identidad de la Titiritera!
PROXIMO EPISODIO: The Spider Extiende Su Telaraña
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