Director: Derek Jarman
Derek Jarman es un director del que me considero devoto aunque hasta ahora sólo he visto, contando ésta, tres películas suyas. Siempre prometo ver toda su filmografía, pero es que hay tantos peces en el mar que es inevitable perderme en otros océanos y corrientes submarinas. "Sebastiane", su opera prima, ya lo dije en su tiempo, me parece una verdadera maravilla, una obra maestra de tomo y lomo. "Jubilee" me gustó, pero tuve reparos. "The Tempest", por su parte, no me ha gustado. Es una lástima, pero hay que ser honestos. Por ejemplo: ojalá hubiese llovido más, de esa forma la fiesta de cumpleaños de mi vecina se hubiese cancelado. Pero, ya lo sabemos, nada sucede según nuestros deseos.
Derek Jarman es un cineasta estricta y profundamente personal, único, dueño de una mirada y un lenguaje insobornables. Ésa es una de sus grandes cualidades, sin embargo, también puede ser su gran perdición. Sabemos que las películas de Jarman son el fiel reflejo del mundo de Jarman, de su universo interior, de los castillos de su mente, de las inquietudes de su espíritu. Sabemos que es capaz de tomar cualquier historia y convertirla, en teoría, en su historia. Así lo hizo con San Sebastian, mártir cristiano a quien retrató como icono gay. Ahora bien, ¿qué haría con La Tempestad, una de las tantas obras de Shakespeare? Supongo que acá viene el gran problema de la película, pues hay bastante indecisión en el retrato y el tratamiento de los personajes y, ciertamente, del discurso de fondo, diluido entre el vago respeto a la fuente original y la débil mirada personal. Digamos que, acomodando el relato al formato cinematográfico, la adaptación de Jarman consiste básicamente en darle un toque queer al conjunto (marca de la casa) y una estética algo punk, además de resaltar y potenciar medianamente ciertos rasgos homoeróticos de algunos personajes y sus relaciones interpersonales, como el lazo entre Próspero y Ariel, seguramente una representación de la sumisión o algo así, y las aventurillas de Caliban en compañía de esos dos delirantes borrachos. Desde luego, permanece el tema de la ambición, la traición, el amor verdadero, la lealtad, la nobleza, alguna que otra lectura o paralelismo con la Inglaterra en que vivía Jarman, pero todo de manera bastante liviana y no en consonancia con la visión del director, reducida a pobres caprichos estilísticos personales. Es como si dos obras completamente distintas chocaran tangencialmente en vez de confluir en una sola y poderosa entidad, que es lo que cabría esperar de Derek Jarman. De esta forma, la narración eminentemente sensorial y atmosférica, más poética que argumental, perece por agotamiento toda vez que no hay coherencia entre el discurso y la ejecución formal (y ni hablar del relato, una blanda procesión de acontecimientos predefinidos, descafeinados e incluso disonantes entre sí), sin mencionar que ambos elementos, por su cuenta, pecan de superficiales y disgregados. A los pocos minutos "The Tempest" se vuelve cansina e inocua, lejos de lo que debería ofrecernos un director con claras e intensas intenciones subversivas, iconoclastas, inconformistas.
Me ha sorprendido ver a un Jarman no a la altura de sus intenciones y capacidades. Se nota que cree en sí mismo, no por nada siempre se introduce, en sentido figurado, en cada película que hace, pero claramente ésto puede nublar su mirada y entorpecer su cine, que puede alcanzar maravillosas y magníficas cotas de calidad, tal como lo demostró en "Sebastiane", o fallidos ejercicios autocomplacientes, tal como lo demuestra "The Tempest". Ya iremos viendo qué nos depara el resto de su filmografía. Acá se sigue confiando y, más aún, creyendo en él. Amén.