Resulta verdaderamente indignante la costumbre que tienen muchos artistas contemporáneos de creer que no tienes nada mejor que hacer en la vida que soportar la infinita reiteración de sus pajas mentales. Es el caso de Forced Entertainment y su espectáculo “The thrill of it all” en el que durante casi 2 horas explotan insistentemente un concepto que daba, como mucho, para 20 minutos.
A un clic, la crítica de Héctor Toledo del espectáculo, en el marco del FÀCYL de Salamanca.
Lo venden como Teatro-Danza y no lo es. Y ya que estamos, qué manía parece haberle entrado a todo el mundo este año con la dichosa combinación de disciplinas. Y es que los actores de Forced Entertainment, bailan. O mejor dicho, se mueven. Y lo hacen muy bien teniendo en cuenta sus propósitos. Pero si eso es danza, entonces yo soy Nuréyev. Insisto. No es que lo hicieran mal. Pero llamemos a las cosas por su nombre.
El espectáculo trataba de un grupo de 9 histriones entrados en años se esfuerzan sobre las tablas en sacar adelante un espectáculo a toda costa, porque “el publico ha venido a disfrutar y a pasarlo fabulosamente”. Pero la decadencia es brutal. Todo parece viejo, casposo. Cuando quieren bailar, lo hacen mal y repitiendo movimientos y coreografías de hace 40 años. Se pelean entre ellos. Se burlan, hacen chistes picantes que sólo escandalizarían a una abuela de 90 años. Todo envuelto en una atmósfera de plástico que lo convierte todo en algo falso y artificial. Actores que han conocido tiempos mejores y que sólo hablan a través de un micrófono, con voz trucada y siempre mirando a su audiencia. Todo transpira ese aire cutre de los casinos y salas de fiestas para jubilados británicos de Mallorca.
Y hasta ahí, la idea del espectáculo es fantástica. El problema es que la idea se desarrolla durante dos largas horas. Números musicales interminables, escenas de humor que se hacen tan insoportablemente tediosas que resultan insufribles… Todo hubiera resultado más digerible si hubiéramos visto alguna suerte de historia, alguna relación entre los personajes aunque ésta fuera pequeña. Pero no. Se dedicaban a ir y venir. A veces se enfadaban y a veces disfrutaban; a veces del lado de unos y a veces del lado de otros. Un petardo. Una locura sin ton ni son, larga y pesada que mereció un frío aplauso de un público que se pasó la mitad del espectáculo removiéndose en su asiento y mirando de reojo el reloj.
Hasta el momento el experimento de traer Teatro-Danza sólo ha quedado bien en los programas de mano y para ponerse una medalla como adalides de la modernidad y las nuevas tendencias. Pero en lo que se refiere a resultados… mejor hablemos de otra cosa.