Precisamente fue Simonson el que humanizó a Thor explorando los puntos débiles de su condición casi divina. Si hasta el momento uno de los handicaps de los inconvenientes de sus historias era que se trataba de un ser casi invencible y que había pocos enemigos que pudieran hacerle sombra (a excepción de su propio hermanastro), Simonson hizo que Thor perdiera su martillo a manos de un oponente aún más noble que él, que su rostro quedara desfigurado después de un enfrentamiento en el reino de Hela, la diosa de la muerte, que afrontara una maldición por la cual sus huesos se tornaron extremadamente quebradizos, para finalmente, en la vuelta de tuerca más sorprendente en la historia del personaje, que quedara convertido en rana durante una buena cantidad de números. La de Simonson fue una etapa repleta de imaginación y sorpresas y hubiera sido bueno que, tras la decepción que supuso la primera entrega cinematográfica dirigida por Kenneth Branagh, esta segunda parte bebiera de las fuentes de este gran guionista y dibujante.
Thor, el mundo oscuro comienza con la descripción de un par de batallas realizadas sin garra, unas escenas anticlimáticas que sirven para poner al espectador en antecedentes. Una de ellas pertenece al pasado y está protagonizada por el abuelo de Thor. Otra de ellas es del presente y muestra al dios del trueno, pacificando los nueve reinos a base de martillazos, pero sin que ello le suponga un gran esfuerzo. Después se nos va a mostrar algo que se echaba en falta en la primera entrega: algunas pinceladas de la vida cotidiana de los asgardianos y de las relaciones entre Thor y su familia. Aparte de Malekith, el enemigo del pasado remoto que regresa del pasado remoto, dos son los conflictos que ser plantean en esta segunda parte de las aventuras de Thor: su amor por Jane Foster, una mera mortal, desdeñando con ello a la magnífica diosa Sif y el destino de su hermanastro Loki, encerrado por sus crímenes en una celda acristalada, con lo que el personaje más interesante de la película pasa a formar parte de la ilustre lista de villanos inquietantes encerrados en este tipo de prisión: Hannibal Lécter, el Joker, Silva (de Skyfall)...
Precisamente los mejores momentos de Thor, el mundo oscuro vienen de la mano de la relación entre los dos hermanos, una relación repleta de cuentas por saldar. Loki es un dios malicioso y poco fiable y el actor Tom Hiddleston, que se había hecho perfectamente con el personaje en las dos películas anteriores (Thor y Los Vengadores) realiza una actuación repleta de ambigüedades y humor negro. Este humor está sorprendentemente presente en una película de la que esperaba un tono más oscuro, consecuente con su título. Algunos chistes son muy efectivos, otros francamente ridículos, como si de vez en cuando el director le dijera al espectador: "no te tomes muy en serio lo que estás viendo en la pantalla". Esta parte central de la película, que es un auténtico deleite, se acaba pronto. Taylor hubiera obtenido resultados mucho más satisfactorios si hubiera aprovechado la química entre Hiddleston y Hemsworth de manera más profunda y ofreciendo aún más vueltas de tuerca. Pero prefiere un final más rutinario, la consabida batalla final ambientada en Londres contra un enemigo, Malekith, que ha mostrado ser una amenaza muy seria, a la altura del dios del trueno, pero que al final resulta ser un enemigo rutinario. Nada que ver con Loki que, como ya he comentado, se erige en la estrella de la función sin mucho esfuerzo. Respecto a Natalie Portman, sigue sin encontrarse cómoda en el papel de Jane Foster y se le ve a ratos un poco perdida.
La película de Taylor queda al final como una obra muy irregular, que no sabe encontrar su tono adecuado, salvo en algunos momentos. El diseño de producción (con una espectacular visión de Asgard) y los efectos especiales son magníficos, pero no bastan para dotar de alma a la historia. A ver si para la próxima leen con atención a Walter Simonson y podemos ver a Bill Rayos Beta en pantalla.