Algunas de las aves marinas de costumbres más épicas en el Norte de Europa anidan aquí. El fulmar boreal (Fulmarus glacialis) era una de esas aves que siempre quise ver y que tuve la oportunidad de bimbar muy cerca de esta pequeña bahía el año pasado. Aquí también pude observar varios ejemplares, anidando junto a otras aves en los salientes del acantilado.
El griterío de las gaviotas tridáctilas (Rissa tridactyla) junto con el de los araos (Uria aalge) y las alcas (Alca torda) sonaba como una celebración de la vida sobre el rugido del mar. A los pies de los acantilados, grandes cuevas hacían retumbar los golpes del oleaje, que arremetía salvajemente contra la tierra.
Grupos esporádicos de alcatraces atlánticos (Morus bassanus), mucho más grandes que las otras aves que anidan por ahí, volaban con parsimonia hacia Bempton, donde hay una de las mayores colonias de esta especie en Inglaterra.
Sobre el acantilado, los herbazales y prados también atraían vida interesante. La humedad y la cercana puesta de sol hacía salir a los moluscos de sus guaridas. Incluso a unos centímetros del borde del precipicio, un grupo de jacintos hispánicos (Hyacinthoides hispanica) florecía con pasión.
Pude observar y escuchar otras aves típicas de prados como el bisbita pratense (Anthus pratensis) y la alondra común (Alauda arvensis), realizando sus típicos cernidos (manteniéndose quieta en el aire aleteando las alas) mientras emitía su precioso y diverso canto. Canto que, por cierto, pude grabar en el momento con el móvil:
http://www.xeno-canto.org/246026/embed?simple=1