El día que me regaló el reloj, como si fuera el mejor obsequio del mundo, abrió una brecha en nuestra relación. Prisionera del tiempo, esposada a su cadena, mi vida se escurría entre sus manecillas y él ya no rezongaba por mi impuntualidad. Cuando le abandoné, le dejé el reloj junto a unas palabras de despedida: “El tiempo se acabó”. Texto: Chelo Roldán