Tiempo de brujas y sabias

Publicado el 29 octubre 2010 por Daniela @lasdiosas
“Eres una bruja,” solemos escuchar decir a nuestras amigas cuando alguna acción nuestra es considerada extraña, malosa, incisiva, o cuando alguna mujer hace algo considerado negativo. Bruja suele decírsele a la suegra cuando no acepta alguna cosa del yerno o la nuera, cuando se mete en nuestras vidas de parejas o simplemente cuando no nos cae. Bruja es la vecina que se molesta cuando hacemos ruido, o cuando apenas lo hacemos, bruja es la maestra o la jefa que se pone exigente, o la pesada, bruja se le dice a aquella mujer despiadada que no tiene escrúpulos para lograr sus objetivos, a la que se mete en chismes, a la que habla de la otra. Bruja es la palabra que condensa cientos de adjetivos negativos, estigmatizaciones, carga hacia mujeres que a veces tienen comportamientos que no nos explicamos. Es un claro ejemplo del sexismo en el lenguaje, pues a nadie de le ocurriría pensar que el suegro es un brujo o que el vecino lo sea, a menos que sospechemos que prepara pócimas, mesas o mesadas como se les dice a unos rituales que realizan curanderos o curanderas los viernes por las noches.
La idea de las brujas existe desde tiempos muy antiguos. Dice Guadalupe Flores (1) que el origen del concepto de bruja se formó a partir de un mito de origen grecolatino, en el cual una mujer se transforma en una especie de ave nocturna, que durante la noche sigilosamente se posa al lado de la cama de los niños y niñas par chuparles la sangre y las vísceras, y otro mito germánico, según el cual un grupo de mujeres encabezadas por la diosa Diana salían de cacería, luego de la cual se iban a mitad del bosque y celebraban una gran fiesta. Imaginemos a mujeres solas, autónomas, bailando en el bosque. No podían ser otra cosa que brujas, poseídas por Satán, había que estigmatizarlas, excluirlas, eliminarlas, no vaya a ser el que el mal ejemplo cunda.
El calificar de forma tan negativa a las llamadas brujas, al igual que ha pasado con “los locos”, sirvió para que fuera fácilmente aceptada su eliminación en razzias completas, en las llamadas cacerías de brujas, impulsadas por la iglesia y otros sectores.Más que fines santos, estas cacerías tenían fines políticos y económicos, como lo dice la investigadora Silvia Federici, profesora en la Hofs-tra University de Nueva York, en su reciente publicación: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Ella afirma que la caza de brujas está relacionada “con el desarrollo de una nueva división sexual del trabajo que confinó a las mujeres al trabajo reproductivo”, señalando asimismo que fue de mucha utilidad “para derrotar la resistencia a la reestructuración social y económica” que se estaba imponiendo con la emergencia del capitalismo. (2)
Cuatro de cada cinco personas que se quemaban por brujería en la edad media fueron mujeres, la mayoría campesinas curanderas, parteras, lectoras de la suerte, sacerdotisas, siendo enviadas a la hoguera todas aquellas que no encajaban en la norma del momento. Mujeres sabias, que al igual que ahora iban cultivando su sabiduría en los avatares de la vida, aprendiendo de lo que veían y creando vida a partir de entender el mundo, fueron calificadas de hechiceras por el peligro que representaban para el statu quo. Al igual que ahora, la descalificación de las mujeres y su disciplinamiento pasaba por el control de lo que hacían y por el confinamiento a un espacio en donde podían ser más útiles al sistema, siendo excluidas o eliminadas por la acusación de bruja por realizar labores “cuya existencia era incompatible con la disciplina del trabajo capitalista”, como lo afirma Federici. Las mujeres sabían demasiado, sabían curar con hierbas, tenían por tanto un profundo conocimiento de la naturaleza, podían leer el futuro, salvar vidas, traer nuevas vidas al mundo y en el imaginario de la gente de la época también tenían el poder de provocar la muerte. “El poder engendra el miedo, y el basado en la magia puede provocar pánico” dice Guadalupe Flores (3), y no deja de ser cierto.
Por eso ahora, a algunas mujeres que saben demasiado, las contestatarias, las que reivindican sus derechos, que entran a lidiar en campos considerados masculinos, que rompen el molde, que no se callan y denuncian la opresión o sencillamente entran en competencia con los hombres, se las intenta deslegitimar política y socialmente llamándolas brujas. Así le dicen a Cristina Fernández, así le dijo hace poco a Esperanza Aguirre, la alcaldesa de Madrid, el coordinador de IU, Cayo Lara: “parece la Bruja Averías” porque “cada vez que abre la boca crea una avería en España,” (4) utilizando el adjetivo como argumento político. Seguro que muchos y muchas, por qué no decirlo, sonrieron frente a la supuesta broma. Bruja le dijo Jaime Bayly a Mariela Balbi cuando ésta lo acusó de “montesinista, neonazi, ladrón, mafioso”, endilgándole también el apelativo a Lourdes Flores, afirmando que “Balbi se comportó como una “bruja” que venía de un aquelarre con Flores Nano”.
Así le dicen a Susana Villarán algunos y algunas que comentan en las páginas de los diarios, acusándola de tener en el fondo un corazón de bruja tras la máscara de caperucita, intentando así deslegitimarla, descalificarla. Quizá ello explique el pánico de que ganara las elecciones, que finalmente ganó por la voluntad popular, porque el que haya llegado al gobierno de la gran Lima, a controlar el poder, genera miedo. ¿Quién sabe qué oscuros embrujos y sortilegios descubrirá la alcaldesa cuando asuma el gobierno de la capital?
La bruja tiene poder y en el imaginario popular es capaz de penetrar en los lugares ocultos y conseguir lo que se propone, como nuestra famosa bruja de Cachiche, cuyo monumento en la entrada del pueblo señala el lugar donde se reunían las brujas y a donde llegaría don Fernando León de Vivero conocido como el “patriarca iqueño”, quien fuera cuatro veces presidente de la cámara de diputados a quien cuando muy joven una bruja lo curó de su tartamudez. Por ello mandó a construir el monumento en agradecimiento.
Fue gracias a una mujer, la Regenta de España, María Cristina de Borbón, que en 1834 se terminó definitivamente la persecución y quema de brujas y en la actualidad algunos grupos feministas en el mundo se han propuesto rescatar el apelativo y darle un nuevo sentido, recuperando la historia de sabiduría y conocimiento del que eran portadoras las antecesoras, las sabias, las brujas infamemente quemadas en la hoguera por el peligro que representaban para el poder patriarcal. Buscan construir nuevas relaciones de género, fomentando una nueva espiritualidad desde la recuperación de los saberes más antiguos de las mujeres. Que así sea y que la sabiduría de las brujas primigenias ilumine a las nuevas brujas, las que defienden sus derechos y las del género, que acompañe a Susana Villarán en Lima, ya que el camino que se viene no será fácil, y a Cristina Fernández, cuya pérdida de su compañero ya está siendo motivo de que ciertas aves de rapiña se levanten cual Inquisición para intentar medrar su gobierno.Por Rosa Montalvo Reinosomadamrosa1@gmail.comNoticias Ser PerúLa Ciudad de las Diosas
Notas:
(1) María Guadalupe Flores Grajales, “Mujer, mujer ¿divina?” La Ventana. Portal Informativo de la Casa de las Américas, 10 de marzo del 2010. http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=5389
(2) Silvia Federico, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de sueños, Madrid, 2010.
(3) Flores Grajales, art.cit.
(4) http://www.abc.es/agencias/noticia.asp?noticia=519567