'Tiempo de silencio', de Luis Martín Santos

Por Lizardo


Caricatura de Luis Martín Santos. (Fuente: elcultural.es)



Luis Martín Santos (1924-1964), médico psiquiatra hispano nacido en Marruecos, criado en el País Vasco, y con estudios superiores en Salamanca, fue el llamado en su corto periplo vital a revolucionar la narrativa ibérica de la segunda mitad del siglo XX con su novela, ambientada en el Madrid de fines de la década de 1940, 'Tiempo de Silencio'.
Psiquiatra con aspiraciones filosóficas, desde edad temprana cultivó amorosamente el pecadillo literario: se sabe que su poemario 'Grana gris' fue editado por su padre durante sus años universitarios mas luego el autor renegó de él. Aunque en el campo de su especialidad publicó numerosas aportaciones y su tesis doctoral: Dilthey, Jaspers y la comprensión del enfermo mental también conoció la luz, su novela consagratoria apareció recién en 1962 y muchas de sus páginas fueron censuradas por el régimen franquista. Lamentablemente Luis Martín Santos -quien purgó prisión por hacer propaganda del entonces ilegal Partido Socialista Obrero Español- no pudo proseguir su carrera literaria dejando inacabada Tiempo de destrucción, continuación de su saga narrativa, pues muerto fue en accidente de tránsito antes de los 40 años de su edad.

'Tiempo de silencio' aduna a su cualidad de fresco pictórico la propiedad perennizable del óleo: más allá de su trama casi folletinesca, la crítica social emerge transfigurada por la audacia del lenguaje -el verdadero protagonista de la novela- y alcanza cimas descollantes en iluminadoras disquisiciones como la siguiente:

"Venia un airecillo cortante desde el Este. Para evitarlo, dejó a un lado la cuesta de Atocha con toda su apertura desabrida y se metió por las callejas más retorcidas y resguardadas de la izquierda. Estaban casi vacías. Siguió andando por ellas, acercándose sin prisa, dando rodeos, a la zona de los grandes hoteles. Por allí había vivido Cervantes -¿o fue Lope?- o más bien los dos. Sí; por allí, por aquellas calles que habían conservado tan limpiamente su aspecto provinciano, como un quiste dentro de la gran ciudad. Cervantes, Cervantes. ¿Puede realmente haber existido en semejante pueblo, en tal ciudad como ésta, en tales calles insignificantes y vulgares un hombre que tuviera esa visión de lo humano, esa creencia en la libertad, esa melancolía desengañada tan lejana de todo heroísmo como de toda exageración, de todo fanatismo como de toda certeza? ¿Puede haber respirado este aire tan excesivamente limpio y haber sido consciente como su obra indica de la naturaleza de la sociedad en la que se veía obligado a cobrar impuestos, matar turcos, perder manos, solicitar favores, poblar cárceles y escribir un libro que únicamente había de hacer reír? ¿Por qué hubo de hacer reír el hombre que más melancólicamente haya llevado una cabeza serena sobre unos hombros vencidos? ¿Qué es lo que realmente él quería hacer? ¿Renovar la forma de la novela, penetrar el alma mezquina de sus semejantes, burlarse del monstruoso país, ganar dinero, mucho dinero, más dinero para dejar de estar tan amargado como la recaudación de alcabalas puede amargar a un hombre? No es un hombre que pueda comprenderse a partir de la existencia con la que fue hecho. (...) ¿Qué es lo que ha querido decirnos el hombre que más sabía del hombre de su tiempo? ¿Qué significa que quien sabía que la locura no es sino la nada, el hueco, lo vacío, afirmara que solamente en la locura reposa el ser-moral del hombre?"
"Pero la cosa es muy complicada. Mientras que Pedro recorre taconeando suave el espacio que conociera el cuerpo del caballero mutilado, su propio racionalismo mórbido le va envolviendo en sus espirales sucesivas.

Primera espiral: Existe una moral -una moral vulgar y comprensible- según la cual es bueno, sensato y razonable el que lee libros de caballería y admite que estos libros son falsos. El libro de caballería intenta superponer sobre la realidad otro mundo más bello; pero este mundo -ay- es falso.
Segunda espiral: Surge, sin embargo, un hombre que intenta que lo que no puede en realidad ser, a pesar de todo sea. Decide pues creer. El mal -que sólo era virtual- se hace real con este hombre.
Tercera espiral: Quien así procede -a pesar de ello- es llamado por sus conciudadanos
El Bueno.
Cuarta espiral: La creencia en la realidad de un mundo bueno no le impide seguir percibiendo la constante maldad del mundo bajo. Sigue sabiendo que este mundo es malo. Su locura (si bien se mira) sólo consiste en creer en la posibilidad de mejorarlo. Al llegar a este punto es preciso reír puesto que es tan evidente -aun para el más tonto- que el mundo no sólo es malo, sino que no puede ser mejorado en un ardite. Riamos pues.
Quinta espiral: Pero tras la risa, surge la sospecha de si será suficiente con reír, si no será preciso más bien crucificar al hombre loco. Porque lo específicamente escandaloso de su locura es que pretende imponer y hacer real la misma moralidad en que los que de él se ríen -según afirman- creen. Si alguien dejara de reír por un momento y lo mirara fijamente pudiera llegar a contagiarse. ¿Será un peligro público?
Sexta espiral: Pero no hay que exagerar. No hay que llevar esta conjetura hasta sus límites. No debemos olvidar que el loco precisamente
está loco. En ese «hacer loco» a su héroe va embozada la última palabra del autor. La imposibilidad de realizar la bondad sobre la tierra no es sino la imposibilidad con que tropieza un pobre loco para realizarla. Todas las puertas quedan abiertas. Lo que Cervantes está gritando a voces es que su loco no estaba realmente loco, sino que hacía lo que hacía para poder reírse del cura y del barbero, ya que si se hubiera reído de ellos sin haberse mostrado previamente loco, no se lo habrían tolerado y hubieran tomado sus medidas montando, por ejemplo, su pequeña inquisición local, su pequeño potro de tormento y su pequeña obra caritativa para el socorro de los pobres de la parroquia. Y el loco, manifiesto como no-loco, hubiera tenido, en lugar de jaula de palo, su buena camisa de fuerza de lino reforzado con panoplias y sus veintidós sesiones de electroshockterapia."



Honorio Delgado imprecaba que el hombre medianamente culto debía haber leído al menos tres veces El Quijote -y no se diga del médico ni del psiquiatra medianamente culto-. En la larga serie de autores que han pretendido desentrañar las riquezas mil del egregio Caballero de la Triste Figura, este fragmento revela no sólo la enjundia literaria del autor sino su capacidad de comprensión de ese fenómeno inalienablemente humano: la locura. Pero además, la novela es una decantada muestra de caracterología, de usos y costumbres, de paisajes vívidos, de psicopatías indesligables de su entorno, y de acercamiento al sino personal de sus protagonistas sin distancias de anatomista sino con empatía de psicólogo, más allá de la fría catalogación de tipo entomológico.

Feliz hallazgo este 'Tiempo de silencio'. Obra plena y que reclama tiempo de lectura, tiempo de apertura, de acogida y de horizonte.


Enlaces:

- Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, en Scribd.

- Acerca de la vida de Luis Martín Santos en El Cultural.es

- Crítica de Tiempo de silencio, en Solodelibros.