Un puesto de trabajo garantiza que muchas de las horas del día estarán ocupadas en atender las obligaciones profesionales a lo que hay que añadir el tiempo invertido en los desplazamientos, especialmente en las grandes urbes. Trabajar implica la reducción del tiempo de convivencia de la pareja que observa cómo el tiempo compartido es en su gran mayoría un tiempo de carácter instrumental. Se comparte tiempo y espacio pero con una finalidad no de disfrute de la pareja, sino de ejecución de tareas: atender las tareas domésticas, cuidar a los niños o al perro, hacer la compra… Una vez atendidos estos deberes queda para la pareja un tiempo que adquiere un valor residual y por tanto pasivo: ver la televisión, pegar una cabezada en el sofá… Los niveles de comunicación se reducen al mínimo y los temas de conversación sólo versan acerca de aspectos prácticas. Si mencionamos el aspecto sexual los encuentros pasan a ser regulados de forma administrativa en las que los momentos en los que esta pueda aflorar quedan circunscritos a momentos breves y que han sido planificados. La espontaneidad de la pasión de la pareja prácticamente ha desaparecido, la ternura y los pequeños gestos de afecto se han visto apartados y los prólogos al encuentro sexual son cada vez más breves. Las parejas en las que ambos trabajan y cuyos períodos de descanso semanal o vacacional no coinciden se ven abocados a este ritmo afectivo tan desesperante, vacío y decepcionante.
Esta escasez de tiempo para el encuentro mina la relación construida de manera individualizada, cada miembro observa cómo se va resquebrajando su proyecto de vida en común, pero como sus pautas de comunicación han quedado limitados a solventar asuntos prácticos a vistas de los observadores externos la pareja puede trasladar una impresión de completa normalidad. Normalidad falseada porque el nivel afectivo de la relación está bajo mínimos y con ello varios de los pilares sobre los que se sustenta. La pareja pervive porque sigue tomando como razón para su continuidad el compromiso adquirido en algún momento del pasado, aunque los otros dos pilares el deseo y la intimidad se hayan derrumbado.
No hemos sido educados para aprender a gestionar nuestras relaciones de pareja y no sabemos identificar muchas de las señales o los síntomas de que ésta viéndose comprometida. Las mujeres no sabes que los hombres sólo son locuaces durante el noviazgo para, con el tiempo, ir cayendo poco a poco en el silencio afectivo. Los hombres no saben que las mujeres escuchan más y mejor en esta etapa del noviazgo, con lo que van a seguir demandando y viviendo con la expectativa de seguir recibiendo los mismos mensajes que percibieron en las primeras citas. No hemos aprendido la importancia de que un pareja se entregue gratificaciones mutuas y se envíe estímulos agradables periódicamente que ayudarán a volver a situaciones de bienestar tras períodos de conflicto. Toda persona necesita que su pareja le ayude a lograr un estado de bienestar, a aumentar sus oportunidades de crecimiento, a encontrar el placer, a sentirse cómodo, acogido, protegido y reconocido. La presencia de estos estímulos hará de la pareja una unidad indestructible, su ausencia la convertirá en una pareja precaria.
La pasión y el deseo son elementos claves par poder mantener una relación de pareja satisfactoria, aunque puede también actuar como un engaño, si no va acompañado de la necesidad de expresar sentimientos íntimos. Compartir una intimidad como si ésta se tratara de una labor de gestión empresarial terminará por derivar en una comunicación de carácter unidireccional en el que uno y otro sólo se trasladan mensajes de las tareas y los objetivos a conseguir. La pareja entonces se volverá algo estático y circular en la que una y otra vez se reproducirán las mismas situaciones sin que haya la percepción de ir avanzando. La pareja estará inmerso en una realidad distorsionada que no debe de se contemplada como algo inevitable. Por eso, le pongo remedio.