Hace algunos años, se realizó en Washington un estudio muy interesante.
La experiencia que quiero compartirles tiene lugar en el año 2008, en una estación de subte de Washington. Corría la hora pico en que miles de personas atraviesan por ella rumbo a sus hogares, a la universidad, al banco. Probablemente, la mayoría se dirigiría al trabajo. Una tarde cualquiera, como muchas otras. Pero esa tarde el subte tiene un visitante inusual: un muchacho que no es del barrio, se instala en un rincón con su violín, y comienza a tocar algunas melodías. Por algunos momentos su presencia pasó inadvertida por todos. Luego, algún peatón notó su presencia, se paró frente a él por unos segundos y continuó rápidamente su camino para cumplir con su agenda. Unos minutos más y el violinista recibió su primer dolar, de parte de una mujer que sin detenerse continuó su camino. Al rato, alguien se apoya sobre la pared a escucharlo unos momentos… mira su reloj y acto seguido continúa su camino. Claramente, se le hacía tarde. Quien más atención prestó al violinista fue un niño de 3 años que, mientras su madre lo empujaba del brazo para que continuara su camino, seguía con la mirada al músico que había captado su atención. Lo mismo sucedió con algunos niños más.
De los 45 minutos que duró su “concierto”, sólo 6 personas se detuvieron por un momento a admirarlo. Alrededor de 20 dejaron dinero en su gorra, pero continuaron su camino. Sin aplausos. Sin reconocimientos.
Lo que los peatones no sabían es que nuestro muchacho era uno de los mejores músicos del mundo: el violinista americano Joshua David Bell, reproduciendo piezas de Bach. (Esta historia fue narrada en el 2008 por el columnista Gene Weingarten en la revista Washington Post).
Muchas de las personas que estuvieron en el subte esa mañana desearían ahora haberlo sabido ¿no les parece? Pero, ¿qué hizo que perdieran la oportunidad única de este gran espectáculo? ¡El dejarse correr por el tiempo! Porque así vivimos. Siempre contra-reloj … siempre con falta de tiempo. Con la sensación de que “no llegamos”, aunque a veces no sabemos dónde queremos llegar. O para qué. Y lo más grave de estas corridas cotidianas, nos lo muestra justamente esta insólita historia de Joshua Bell en la estación de subte. Si no tenemos tiempo para parar unos minutos a escuchar a uno de los mejores músicos del mundo… o peor aún, esa falta de tiempo no nos permite ni siquiera darnos cuenta de que él está tocando una maravillosa obra musical. ¿Cuántas otras cosas nos perderemos en el camino?
El tiempo es tirano… ¿o nosotros somos tiranos con el tiempo? No importan las horas de reloj. Nos ordenan, sí. Es una convención social necesaria. Pero debe ser una herramienta, no un condicionamiento de nuestras vidas! A veces pareciera que el reloj es el dueño de nuestra vida. ¡Volvamos a tomar las riendas! Establezcamos nuestras prioridades. Organicemos el día a un ritmo que nos permita dedicarnos a nosotros mismos, a quienes tenemos cerca (familia, amigos, compañeros de trabajo), e incluso, a poder improvisar una visita, un paseo, un stop en el camino… “porque nos dio la gana”, o porque nos cruzamos sorpresivamente con un famoso violinista dando un concierto en un lugar inesperado! Esto nos devolverá salud, física y mental. Y además, un plus: el tiempo de agenda nos será más eficiente, nosotros seremos más efectivos…porque estaremos relajados, suficientemente lúcidos… y felices de saber que hacemos de nuestro tiempo lo que queremos. ¡Y no el tiempo lo que quiere de nosotros!