Tiempos de resistencia

Publicado el 29 enero 2011 por Elhombredelpiruli
Estos tiempos se han tornado duros y el futuro lo será más. Quizá no sea así para todo el mundo pues la rudeza es un término muy relativo y depende del sentimiento y la sensibilidad que cada cual tenga para las cosas.Desgraciadamente esta percepción no es compartida por la gran mayoría de la sociedad, que está conforme con lo que está sucediendo a juzgar por su pasividad. La ciudadanía parece aquejada de anhidrosis, esa enfermedad que padecía Ronald Niedderman, el enemigo de Lisbeth Salander en la trilogía Millenium de Stieg Larson, y que le impedía sentir dolor. Es una afección en extremo peligrosa, no solo en los seres vivos, sino también en las sociedades. El dolor es un dispositivo de alarma muy útil para preservar la vida porque nos alerta cuando un peligro amenaza nuestra existencia. Lamentablemente, este chivato no funciona en los países occidentales, desactivado por la sociedad de consumo potenciada por la propaganda y la publicidad de los medios de comunicación de masas, en especial la televisión.Pero que la sociedad sea insensible al dolor no significa que no tenga una profunda herida en el costado por la que se desangran a chorros el estado del bienestar y los derechos adquiridos por los trabajadores en los últimos sesenta años.La sociedad ni siente ni padece, los gobiernos no mandan, los sindicatos están desarmados y el ciudadano individual se conforma (idea terrible esta del ciudadano conforme). Es el escenario tejido poco a poco, de forma sibilina e inteligente, por aquellos que se esconden tras la máscara llamada Mercado. Una denominación engañosa con la que se quiere hacer creer a los ciudadanos la inevitabilidad de lo que sucede. Hasta no hace mucho se utilizaba a Dios: "Dios lo quiere así, hermano, resígnate". Hoy el nuevo Dios sacrificador es el Mercado, que no es más que el nuevo capitalismo triunfante, arrasador de derechos, avaricioso y neoesclavista, pero con vitola de democracia y de sociedad avanzada .   Lamentablemente, las fuerzas de izquierda tradicionales lo aceptan como inevitable porque viven presas en la idea de que este nuevo capitalismo es sinónimo de democracia y padecen el complejo del fracaso de la Unión Soviética. No encuentran otro espacio en el que desenvolverse ¡Qué equivocados están! Si aquí ya no gobierna el pueblo, sino los mercados. Ya no es democracia, sino mercadocracia o plutocracia.
En La cojura de los poetas, la novela de Felipe Alcaraz sobre el poeta granadino Javier Egea, uno de los personajes dice la siguiente frase en relación al abandono de las "banderas rojas" por parte de los intelectuales de izquierdas de la Transición para ser aceptados por el gran mercado social:
"Es el momento de la síntesis de los arrepentidos, ¿no te das cuenta? Es el momento de la literatura de los arrepentidos. Son los nuevos rojos. Los rojos civilizados que crecen como setas en el panorama de la concordia. Los rojos que necesita el sistema, los rojos que el sistema fabrica con sus propagandas de resignación, de realismo, de reconociliación de clase; con sus contratos firmados de triunfo y reconocimiento por parte de lo público y lo publicado".
Es fácil reconocer aquí a los ideólogos de la izquierda tradicional, a los izquierdistas que nos gobiernan hoy. Gentes conformes con el papel que juegan dentro del sistema ultracapitalista que creen dominar desde los resortes del poder, sin darse cuenta (o quizá sí) de que en realidad solo cumplen una función: dar legitimidad democrática al sistema. Así el Mercado puede decir "veis qué demócrata soy: permito que dentro de mí operen hasta socialista y comunistas. No hay sistema mejor que el mío que todo lo admite".Aquel que lo cuestiona es un terrorista o un inadaptado. Un antisistema que no sabe lo que quiere o que lo único que pretende es desestabilizar a la gente amable, a los ciudadanos conformes que pagan sus impuestos y trabajan de sol a sol cada vez más horas por menos salario, a esas instituciones democráticas que son la envidia del Tercer Mundo. 
Poco a poco, pese al paro y la crisis, las escasas voces disonantes se van apaciguando porque el Gobierno y los agentes sociales han llegado a un acuerdo. No importa que ese acuerdo sea para sangrar a los ciudadanos. Lo importante es que hay acuerdo y con eso basta. Un acuerdo que ofrecer en inmolación al dios Mercado. Un acuerdo que salve la cara a unos sindicatos incapaces de asumir su liderazgo ni de galvanizar a los trabajadores. Por fin, el rebaño del dios Mercado está calmado... aunque sangre por los cuatro costados.Toca agachar la cabeza, tapársela con los brazos y hacerse un ovillo para aguantar los golpes.Y esperar mejores tiempos. Cualquier medida de resistencia la convierten en inútil, la declararan ilegal quienes interpretan las leyes, aunque haya sido para combatir medidas injustas. Los trabajadores prefieren bajarse el sueldo para que no les cierren las fábricas, o para seguir haciendo el mismo trabajo de antes. La claudicación ante el chantaje es la moneda corriente. Que lejos estamos hoy día de esas palabras de Italo Calvino: "llegar a no tener miedo, esta es la meta última del hombre".
La revolución que tenemos pendiente contra el neocapitalismo no la haremos en Europa; como ya sucedió con el marxismo, no será en los países industrializados donde triunfe, sino en las sociedades del Tercer Mundo, atrasadas y explotadas por nosotros y por sus propios dictadores. Ya han comenzado sus revoluciones y solo falta esperar que hayan aprendido de Irán y no las llenen de clérigos.