Vivimos tiempos de vértigo, en los que las noticias se suceden y se tapan las unas a las otras en un cuestión de días e incluso de horas. La catástrofe que asola japón ha eclipsado los sucesos ocurridos en el norte de África y hoy nos parecen remotas las revoluciones ocurridas en Túnez, Egipto, Argelia, Yemen, Jordania o Marruecos. Los medios de comunicación apenas tienen espacio para ocuparse de los bombardeos ordenados por Gadafi sobre la población libia, indefensa ante la tirania y el poder militar del dictador. Libia ha pasado de ser protagonista de la información internacional a quedar relegada a un papel secundario. Imagino la impotencia de su ciudadanía, que se sabe olvidada por la fr¡volidad y las urgencias de una sociedad de consumo rápido, que desvía su atención de una tragedia a otra con una celeridad que, de algún modo, nos deshumaniza. Un amigo me comenta siempre que son tantas las desgracias que resulta imposible no ya solidarizarse con todas sus víctimas, sino incluso ser conscientes de su existencia.