Por Ezequiel Tena
Somos una generación débil. Demasiado reivindicativa, demasiado conformista, demasiado fantasiosa, hemos querido legar a la siguiente hornada aquello que soñamos tener cuando lo teníamos todo. ¿Qué teníamos? Nuestro puesto comprado en el mundo. Sólo teníamos que estudiar y el título logrado tenía como recompensa un hueco en el sistema; o trabajar y nos abriríamos paso hacia la prosperidad. Nuestros puestos estaban esperándonos. Estábamos sobre una plataforma que nos proyectaba hacia el futuro sin otro límite que la calidad del salto que quisiéramos dar, todo en pos de la ambición y meta personales. El mundo funcionaba y el trabajo era el cauce del éxito.
Vino la crisis. De su mano una competencia feroz: menos puestos que personas. Oferta y demanda, el trabajo quedó sujeto a la ley del mercado. Menos puestos más precarios y más candidatos a ocuparlos: se degradaron los salarios y la generación soñadora despertó. Empezó el duro viaje que lleva de la ambición a la satisfacción de las necesidades cada vez más básicas, menos lujosas. Todavía engañamos a los niños. Enseguida estamos asomándolos a un orbe de falsa libertad: "Ahí está, muchacho, muchacha, para cuando puedas hacerte cargo de ella". Baratijas y bagatelas, nada más. ¿Quién quiere tener un hijo duro? Sin embargo, pienso con más ímpetu que entonces que hay que educar hijos duros para tiempos duros. Que tengan el armamento necesario. De las fuerzas que dispongan para afrontar la sucesión de sus días dependerá su felicidad. No vale decir que tú puedes si no puedes, vale enseñar a poder.
Nunca creí en ese mundo feraz de oportunidades: lo presentí como una gran mentira a la que nos apuntábamos entusiastas. Pensaba en un futuro imposible del que yo estaría excluido. Aguardaba, austero y mileurista, reconcentrado y frío sin comprometerme con aventuras que más tarde me hipotecaran de por vida. Parece fácil decir esto cuando lo cierto es que yo venía de ser un desastre como planificador del futuro. Tan fácil como que en mi entorno identificasen mi actitud con falta de perspectiva y ambición. No sabía bien qué era y no acertaría a ponerle palabras, pero de alguna manera mi terquedad tenía un horizonte de desastre y una noción evidente de la mentira que estábamos viviendo. Recuerdo que le dije a mi cuñado (uno de ellos) cuando me hablaba de los logros: "todo esto es mentira". Y en otra ocasión a mi hermana (una de ellas): "No digas que tengo la suerte de no ser ambicioso, yo ambiciono otra cosa que no es dinero. Tiempo." Y a mi ex-ex-ex...(una de mis muchas ex, toma parchís): "No lo hagas, esto va a estallar". Me dijo mi hermano (uno de mis muchos hermanos): "tienes que encontrar tu sitio". Mi sitio... ya ves. Mi sitio está en el mundo de ahora, preparado y cocido para la precariedad, aceptado en la dureza de las circunstancias. Dueño del presente, desconocedor del mañana. Libre de expectativas vanas y expectativas ajenas. ¿Preparo un guiso? Tal vez sea incomestible, no importa: preparo un guiso. Me va bien.