Haber titulado la bitácora con la escueta elegancia de la palabra "Cybercrónicas", salvaguardando apariencias y convenciones, pudo ser la mejor elección. Lo de "Tiempo Arcano" suena demasiado engolado, aparte del hermetismo que suscita en ambas direcciones: a mi tarea de escribano y al posible receptor de mis soliloquios. Descontando inseguridad propia o prejuicios ajenos, en cambio, las palabras elegidas son exactas. Y quiero seguir recordando la valiosa aportación de Javier Ruiz Portella en su Manifiesto contra la muerte del Espíritu y de la Tierra porque es buen apoyo de cara a un proyecto de Vida, un esquema por la existencia y para existir según mis necesidades. La constitución de un Tiempo Sacro es la misma tarea de construir el sentido o, en expresión atávica, la construcción de Dios entendido como una potencia inmanente al mundo. Decía Hans Küng - en alguno de sus numerosos escritos en defensa del proyecto ecuménico - que los evangelios canónicos son un testimonio de la revelación, no la revelación en sí, puesto que "revelación", en el sentido que yo quiero indicar, sería sinónimo de "construcción" de Dios. Podemos, por tanto, hallar testimonios de la "revelación" en cualquier texto tradicional de las distintas confesiones religiosas: Bhagavad Gita, El Koran, la filosofía del Tao, El Zohar, las Upanishads y un largo etcétera. Cualquiera de estos textos está organizado sobre un sistema de códigos que animan a buscar la dicha, la Felicidad, o una palabra que ha sido muy maltratada en nuestra infame época, la Beatitud. La Beatitud es una postura radicalmente distinta a la diversión. Como todos sabemos, a una persona que recibe el calificativo de "beata" se dice de ella que es una persona muy aburrida. Y he querido resaltar este rasgo de nuestro sistema de relaciones sociales por la importancia que tiene el que la Beatitud, hipotéticamente, pueda vencer a la diversión e imponer sus registros organizadores de la vida social en sus distintas categorías. Es decir, eliminar los estímulos artificiosos y buscar un reposo permanente, rocoso, y vivir apoyados sobre la Gracia de Dios, como dice el lenguaje de los arcanos. Sabemos que la ley Máxima expresada en La Biblia es ésta: Amarás a Dios sobre todas las cosas, lo cual, traducido a nuestro tiempo posmoderno de hechos y objetos cotidianos, tan transitorios y maleables, significa que debemos efectuar una austera y estricta selección de la enorme variedad de estímulos externos ( todo lo que nos entra por la vista, el tacto y el oído, lo que pretendemos poseer, lo que deseamos, lo que bebemos y lo que comemos ) para hacer que esa extraña Fuerza que habita en nuestro imaginario ( un imaginario en perpetuo proceso de construcción y engrandecimiento ) sea el motivo y el centro absoluto de inspiración de nuestra vida. Dios es un estado anímico, presencia cálida, imperecedero, permanente, especie de recuerdo intuido, que te acompaña siempre, pero nunca te enseña el rostro, no dice cuál es su nombre ni su substancia. Dios no existe, pero siempre está ahí, por encima de todas las necesidades...
La revolución de las conciencias puede empezar. Es un proyecto que, desde estas navidades, promete tomar vuelo sin marcha atrás. Desde luego que me doy cuenta, y me llegan advertencias de muchos sitios. Lo que voy a hacer, y su repercusión sobre mis escritos, me está cerrando puertas. Me está alejando de la gente a la que quiero ( lo he podido comprobar en la reunión familiar de Navidad ). Me está acercando a la respuesta a una llamada que forma parte de mi vocación. Importa ahora esta primera consigna desde la que empezar a trabajar: simplificar la vida material para poder expandir los recursos del imaginario y la vida intelectiva. Vivir en el Espíritu. Y, además, parece que el nuevo año me traerá vientos favorables para poder iniciarme en el aprendizaje de la Horticultura, un viejo sueño que llega con demora. Tierra y Espíritu. Lo demás es vanidad.