-Nos tienen fritos con los recortes. Aquí han montado una especie de experiencia piloto y sólo se iluminan las estancias donde hay alguien presente. Y las bombillas: todas de bajo consumo, de esas que van dando luz progresivamente, pero que al principio son como lánguidas. Pero en fin, yo no debería quejarme de esta manera. ¿Le han dado un número en el mostrador de abajo?.
Le extendí el papelito: me lo había guardado en el bolsillo de atrás del pantalón, junto a una de las copias que llevaba, y le había dado tiempo para humedecerse y quedarse algo enganchado, con la cara impresa contra el otro papel. Se lo mostré a la mujer. Era una mujer algo entrada en carnes, pasada la cincuentena, con el pelo teñido de un color rubio inadecuado y los labios pintados con tal precisión y uniformidad que uno acababa convencido de que no hacía otra cosa que retocárselos. Llevaba una blusa de poliéster sin mangas: con un estampado horroroso, como una especie de hojas de árbol de color azul, distribuidas de manera tan industrialmente uniforme que cuando la vi alejarse con mi papel, hacia el fondo del pasillo, observé que parecía una trama. Llevaba unos pantalones grises completamente pasados de moda: demasiado altos de talle.
Antes, unos segundos antes, había dado una especie de respingo al ver el número en el papel: C-001.