Durante la última semana aparecieron en periódicos de toda España doce noticias sobre ciudadanos víctimas de la estafa de la estampita, ocho mujeres y cuatro hombres; lo del sexo merece estudio aparte.
La policía detuvo enseguida a los siempre conocidos autores de los timos para dejarlos libres enseguida sin darles las gracias por su labor, que debería ser apreciada por toda la sociedad.
Porque los verdaderos timadores no son ellos, sino los que llamamos víctimas, cuya falta de honradez y simultanea indignidad les ha hecho caer en una trampa que denuncia su indecencia.
Una persona que ve a un pobre tonto jugar con billetes de alto valor a los que llama estampitas y que trata de cambiárselas por objetos y billetes de menor monta es una explotadora de las debilidades ajenas y maltratadora de discapacitados psíquicos.
El tonto tiene un cómplice muy listo que le ratifica al codicioso que las estampitas valen mucho más de lo que el infeliz él cree, pero que hay que darle algo que le guste: unas joyas, los ahorros en billetes menudos.
La taimada persona pre-estafada busca bienes para el intercambio que la hará rica y, tras entregárselos al inocente, que se va con el listo, encuentra sólo recortes de periódicos.
Maravillosa técnica para descubrir gente inmoral, a los verdaderos truhanes, a los seres capaces de explotar a los débiles. La policía debería darnos sus nombres para que nadie pueda fiarse de ellos tras suspender el gran examen de la mínima honradez.
En toda especulación financiera hay gente así, pero es de la que no usa su dinero a cambio de estampitas, sino el nuestro; la tuvimos en las antiguas cajas de ahorros, la indemnizamos como víctima, y en esta caso la mayoría son hombres.
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SALAS