EL HOMBRE-ARBOL.
... y pronto crece de su axila izquierda un sauce, y un ave hace nido en la cima de su cabeza.
Mingliaotsé.
Aquella muchacha, cada noche, orinaba a la intemperie antes de irse a dormir. La esperaba siempre con ansiedad, sintiendo un gran alborozo cuando su silueta irrepetible emergía de la casa hacia las sombras del patio... En cuclillas, indefensa, despertaba en mí una gran ternura. Mucho me daba aquella joven y le correspondí, también, con algo valioso... Un tiempo después ella no vino más; en cambio, la paz de la casa se alteró, los sonidos que venían desde allá, flotando en el viento, eran ásperos, cargados de agresión...
... La partera se espantó ante la súbita explosión de aquel fluido humor verde oscuro; la madre no sobrevivió al parto y el niño parecía marcado, también, por el mismo destino pues no retenía alimento alguno en su pequeño estómago; cuanto ingería lo vomitaba envuelto en una flema densa, pegajosa y pestilente... Probaron con la leche de nodrizas y de cuanto mamífero agrario se criaba en los alrededores, también con los polvos que recetó el médico de la ciudad sin renunciar a ciertos cocimientos, pero resultaba inútil... Se consumía, alcanzó una complexión reseca, flexible y quebradiza... En medio de la desesperación la tía cargó al niño y huyó con él hacia la sabana pues aquella casa se había convertido en una cueva de rezos, lamentos y lloriqueos; flotaba allí un olor a cementerio acentuado por el aroma penetrante de los matojos resecos y recién cortados que se amontonaban por doquier en medio de una atmósfera espectral de velas encendidas... Al llegar junto a la Gran Ceiba se sentó entre sus raíces con el niño sobre su regazo, y ya fuera por el cansancio de las noches pasadas en vela o por el suave vientecillo que soplaba desde el riachuelo cercano, se quedó dormida... Despierta en medio de la tensión metálica de sus miembros; sintiendo ya, desde las profundidades del sueño, el crescendo alarmante...: ¡El niño ha desaparecido!... Corre de un lado para otro con desesperación, unas veces atisbando en las oquedades de raíces y peñascos, otras creyendo ver en el suelo manchas de sangre en el temor de que el niño haya sido cazado por un perro... Así es ganada enteramente por la angustia hasta que por poco no aplasta al bebé, oculto como estaba dentro de aquella gran cepa de hierba... Al intentar tomarlo se asombró de la resistencia que el niño ofrecía, aferrándose a los tallos de hierba con sus manitas mientras que su abdomen y piernas parecían adheridos a la tierra; a cada nuevo intento de su parte por separarlo él emitía un llanto extraño, agudo, un sonido que penetraba todo su ser entumeciéndola y anulando su voluntad hasta que un vértigo irresistible la dejó tendida, de espaldas sobre el suelo, mirando todos los cambios del cielo desde la mañana hasta el atardecer, incapaz de levantarse... A medida que la luz diurna se hacía tenue, el niño se tornaba cada vez más dócil hasta ceder por completo con las primeras sombras de la noche, como si necesitara, entonces, la protección del abrazo humano.
Desde entonces, la tía asumió tácitamente la crianza y cuidado del niño. Ella partía con él hacia la campiña al amanecer, escogiendo lugares frescos y soleados donde abunda la hierba jugosa y el manto de agua casi aflora desde la tierra, y así se estaban, quietos, hasta la puesta del Sol, hora en que regresaban a la casa... El niño progresaba rápidamente bajo el cuidado de la tía, el recuerdo de su enfermedad y las desventuras sufridas por la muerte de su madre se fueron borrando y terminaron por desaparecer; la familia regresó de nuevo a sus afanes y el niño fue puesto en olvido.
Pero el tiempo, que fluye incontenible, presentó de nuevo ante la familia a un miembro en edad de asumir ciertas obligaciones y tareas, resultando todos sorprendidos al comprobar que aquella personita era el ser más irresponsable que hubiera existido, ya que aceptaba como única obligación la de tenderse en la sabana desde la salida hasta la puesta del Sol... Culparon a la tía por la falta de carácter con que se había criado el muchacho, y los espiaron a ambos durante días... No encontrando nada nuevo de qué acusarlos pusieron al niño por segunda vez en olvido...
... Como sucede con todos, la tía murió a su tiempo, se fue tan en silencio como había vivido, sin quejarse por nada, sin reclamar algún derecho... Nuevamente quedaron todos sorprendidos por la conducta del sobrino que no se presentó a dar el último adiós a quien se había consagrado por completo a él olvidando su propia vida... Muy ocupado en su diario hacer nada regresó al anochecer, irrumpiendo dentro de la casa con sus característicos pasos de algodón húmedo y su aire de muda sombra... La familia, reunida en silencio después del entierro, no lo miró. A partir de entonces se le vio alguna vez parado en medio del patio, durante horas, mirando hacia ninguna parte. Adquirió, para los que pasaban junto a él, la categoría de objeto inservible puesto en un lugar donde no molesta; dejó de ser percibido gradualmente y en determinado momento, en el patio sólo fue noticia la súbita aparición de un segundo framboyán, más pequeño, junto al que siempre había estado allí, al fondo, a un lado de la cerca de alambre de púas.