Hatenido que tocar con su varita mágica el mago Spielberg la rubia/pelirrojacabeza de Tintín para convertirlo, a partir de ahora, en un héroe universal, enel nuevo aventurero. Una resurrección del personaje de Georges Hermi, Hergé,que entiendo tan merecida como necesaria, ya que se trata de un reconocimientoa un personaje que ha dejado una gran huella en varias generaciones delectores. Precisamente por esto, me entusiasma y emociona esta febril ymasificada resurrección de Tintín porque gracias a él, a sus aventuras, aprendía leer. Necesitaba saber lo que decía, lo que contaba, ese personaje que mefascinaba. El periodista era el hilo conductor, pero no nos podemos olvidar delinquieto Milú, el siempre incorrecto Capitán Haddock, la sabiduría mareante delProfesor Tornasol, los desastrosos Hernández y Fernández (traducción netamenteibérica) o la ampulosa Bianca Castafiori. En la antigua biblioteca, donde ahorase encuentra la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, pasaba lashoras leyendo los libros de Tintín. No me importaba releerlos una y otra vez,pero debo de reconocer que hacerlo por primera vez me reportaba un sinfín desensaciones y emociones, de nerviosismo incluso, que aún me cuesta definir ymás aún relatar. Con frecuencia, gestos que consideramos muy simples, fáciles,nos pueden reportar momentos de gran felicidad. Y los libros de Tintín, en mí,lo conseguían. Puede que sucedería por el propio personaje, y puede que tambiéninfluyera la transparencia de la infancia, que se construye sobre unaarquitectura tan frágil como luminosa, tan sencilla como bella. La arquitecturade Tintín es la misma que la de infancia, en cuanto a su sencillez, a noexistir dobleces o ambigüedades, por su sinceridad. Conel estreno de la película de Spielberg, algunos han vuelto a recuperar esasteorías que circularon en décadas pasadas, en las que se reprochaban ciertasfacetas de Tíntin, en lo relativo a su ideología, especialmente, inclusomoralidad. Se le ha tildado de misógino, de racista, de fachilla, decolonialista, pobrecillo; teorías propiciadas por las tendencias políticas desu creador, Hergé –que tampoco era un revolucionario, todo hay que decirlo-. Escierto, la presencia femenina en las aventuras de Tintín es muy escasa ypuramente decorativa, pero en absoluta consonancia con lo que,desgraciadamente, sucedía en todos los ámbitos sociales y creativos. La mujerha sido invisible hasta hace muy poco, y aún lo sigue siendo en demasiadosaspectos y ámbitos. Y claro que tenía un tufillo racista en determinadoscomentarios, cierto, tal y como nosotros lo fuimos con los gitanos, por ejemplo,basta leer las letras de algunas coplas o visionar algunas películas, sobretodo en la primera mitad del siglo XX. Y que Hergé era muy conservador, inclusocolaborador con el nazismo, pues seguramente, pero si entráramos a valorar esascuestiones en determinados periódicos históricos, me temo que no podríamos leerun poema de Juan Ramón Jiménez, ni ver una película de John Ford, ni disfrutarcon la obra de Picasso, que todos ellos contaban con perfiles que hoy seríanimposibles de asumir. Y obviamente, ni que decir tiene que no veo a Spielbergfilmando una película de un adalid del nazismo.
Hatenido que tocar con su varita mágica el mago Spielberg la rubia/pelirrojacabeza de Tintín para convertirlo, a partir de ahora, en un héroe universal, enel nuevo aventurero. Una resurrección del personaje de Georges Hermi, Hergé,que entiendo tan merecida como necesaria, ya que se trata de un reconocimientoa un personaje que ha dejado una gran huella en varias generaciones delectores. Precisamente por esto, me entusiasma y emociona esta febril ymasificada resurrección de Tintín porque gracias a él, a sus aventuras, aprendía leer. Necesitaba saber lo que decía, lo que contaba, ese personaje que mefascinaba. El periodista era el hilo conductor, pero no nos podemos olvidar delinquieto Milú, el siempre incorrecto Capitán Haddock, la sabiduría mareante delProfesor Tornasol, los desastrosos Hernández y Fernández (traducción netamenteibérica) o la ampulosa Bianca Castafiori. En la antigua biblioteca, donde ahorase encuentra la Delegación de Cultura de la Junta de Andalucía, pasaba lashoras leyendo los libros de Tintín. No me importaba releerlos una y otra vez,pero debo de reconocer que hacerlo por primera vez me reportaba un sinfín desensaciones y emociones, de nerviosismo incluso, que aún me cuesta definir ymás aún relatar. Con frecuencia, gestos que consideramos muy simples, fáciles,nos pueden reportar momentos de gran felicidad. Y los libros de Tintín, en mí,lo conseguían. Puede que sucedería por el propio personaje, y puede que tambiéninfluyera la transparencia de la infancia, que se construye sobre unaarquitectura tan frágil como luminosa, tan sencilla como bella. La arquitecturade Tintín es la misma que la de infancia, en cuanto a su sencillez, a noexistir dobleces o ambigüedades, por su sinceridad. Conel estreno de la película de Spielberg, algunos han vuelto a recuperar esasteorías que circularon en décadas pasadas, en las que se reprochaban ciertasfacetas de Tíntin, en lo relativo a su ideología, especialmente, inclusomoralidad. Se le ha tildado de misógino, de racista, de fachilla, decolonialista, pobrecillo; teorías propiciadas por las tendencias políticas desu creador, Hergé –que tampoco era un revolucionario, todo hay que decirlo-. Escierto, la presencia femenina en las aventuras de Tintín es muy escasa ypuramente decorativa, pero en absoluta consonancia con lo que,desgraciadamente, sucedía en todos los ámbitos sociales y creativos. La mujerha sido invisible hasta hace muy poco, y aún lo sigue siendo en demasiadosaspectos y ámbitos. Y claro que tenía un tufillo racista en determinadoscomentarios, cierto, tal y como nosotros lo fuimos con los gitanos, por ejemplo,basta leer las letras de algunas coplas o visionar algunas películas, sobretodo en la primera mitad del siglo XX. Y que Hergé era muy conservador, inclusocolaborador con el nazismo, pues seguramente, pero si entráramos a valorar esascuestiones en determinados periódicos históricos, me temo que no podríamos leerun poema de Juan Ramón Jiménez, ni ver una película de John Ford, ni disfrutarcon la obra de Picasso, que todos ellos contaban con perfiles que hoy seríanimposibles de asumir. Y obviamente, ni que decir tiene que no veo a Spielbergfilmando una película de un adalid del nazismo.