En todos los hornos cuecen habas... o al menos guisantes secos. Y es que aunque vivamos en un país en el que la dierenambulance opera con más premura que las ambulancias normales y en el que se colocan en los parques bloques de madera agujereados para que avispas y otros insectos felices puedan resguardarse en los orificios para dormir calentitos, eso no significa que no exista ningún trapo sucio que podamos sacar a la luz. Sí, ellos también tienen su cabra en el campanario, su corrida de toros, su caza del zorro o sus peleas de gallos. En otras palabras, su actividad lúdica nacional basada en el maltrato de cierta especie animal. En este caso las víctimas escogidas no son otros que los gansos.
Tirar del Ganso, en holandés ganstrekken, es un deporte que tuvo su apogeo en los Países Bajos, Bélgica, Inglaterra y Norteamérica entre los siglos diecisiete y diecinueve. El procedimiento era el siguiente: se extendía una cuerda entre dos edificios de modo que quedaba atravesando una calle a bastante altura, y de ella se colgaba un ganso vivo boca abajo. Para hacer la competición más emocionante se engrasaba copiosamente el cuello del susodicho ganso. Entonces daba comienzo la diversión. Los participantes se subían por turnos a un caballo y pasaban al galope por debajo de este tinglado, siendo el objetivo del juego el conseguir arrancar de cuajo la cabeza del ganso. Esto no era cosa fácil si tenemos en cuenta el constante aleteo del pájaro y su cuello deliberadamente aceitoso. Aún así a los estadounidenses no les parecía un desafío suficiente y añadían al asunto su toque personal: un negro que corría detrás del caballo látigo en mano para intentar desbocarlo. Al final del asunto, el bravo jinete que lograba desgarrar el cogote del ave pasaba a ser oficialmente el héroe del día, así en plan broma, y se llevaba algún premio de chichinabo (un par de bebidas o como mucho el propio ganso)
Hay que tener en cuenta que nuestra escala de valores actual nació, como quien dice, ayer por la tarde. No sé si la forma que tenemos ahora mismo de ver las cosas está destinada a perdurar o por contra se trata de un raro y afortunado paréntesis en la historia. Pero hasta hace muy poco tiempo estos despliegues de violencia no eran cosa del otro mundo. Mismamente mi abuela, una bienhumorada señora de pueblo de las de misa obligada en domingos y fiestas de guardar, no se perdía los toros por la tele (¡y eso que somos del norte!), retorcía el gaznate sin mayor problema a los capones gordos que en ocasiones traía algún pariente de la aldea y nos aleccionaba con enseñanzas como que los judíos son unos hombres muy malos que mataron a nuestro señor (¡no, no! esos son los jodíos - intentaba arreglar mi madre por detrás -)
A pesar de todo, al contrario que otros deportes del estilo, tirar del ganso sufrió fuertes críticas ya desde el siglo diecinueve. Poco a poco se fue extinguiendo y en 1920 se prohibió oficialmente su práctica con animales vivos. A día de hoy sólo pervive como parte de las celebraciones del martes de carnaval en la villa de Grevenbicht, al sur de Holanda, y algunas otras zonas de Bélgica y Alemania. Eso sí, usando un ganso que ya está muerto de antemano y ha sido sacrificado "de manera humana" por un veterinario para la ocasión. Este apaño no parece satisfacer en absoluto a los amigos del PvdD, partido político de los animales (o como yo los conozco, la gente que una tarde se paseaba por la estación central con un disfraz de abejita) que llevan ya unos años luchando para prohibir la práctica por completo.
La verdad sea dicha, a mi no me descorazonaría precisamente que un buen día me secuestraran a la bandada de gansos dicharacheros que se pasan las noches de verano montando jolgorio en el portal para montar con ellos un buen ganstrekken...