Los adolescentes siempre serán admirados y temidos. Para el cine pocas cosas son más edificantes que la juventud perdida. Ya sea para su escarmiento o exaltación, el adolescente fue y será héroe en miles de fábulas. Para aquel que soporte el peso del futuro, más que del pasado; aquel que se desvela soñando con ser diferente pero que sufre por no parecerse a nadie, para todos ellos siempre habrá películas que canten sus penas o canciones que los pinten de cuerpo entero. O ambas cosas, como en este caso. Pete Townshend, el ambicioso líder de The Who, construyó su última ópera rock alrededor de un muchacho intranquilo de Londres, “Quadrophenia” (1973). Pocos años después, el debutante Franc Roddam adaptaría el relato, no en la forma de un musical, sino como una gran película en sus propios términos,
“Quadrophenia” (1979).No se puede hablar de “Quadrophenia” sin toparse con los
mods. A inicios de los 60, los mods fueron una extensa pandilla juvenil, los que mejor vestían en Inglaterra. Entre sus preferencias más sofisticadas estaba el “modern jazz” (de ahí su apelativo), el existencialismo, la
nouvelle vague, el
pop art, pero lo que realmente les hacía perder la calma eran los trajes italianos, las scooter con varios espejos retrovisores, las anfetaminas, el
ska jamaiquino y las primeras canciones de The Who. Pero como no se puede ser el guapo del barrio sin que de inmediato te haga frente la oposición, los mods tenían como duros rivales a los rockers. Estos últimos le iban más al cuero negro, al estilo de
Marlon Brando en “El salvaje” (1953), a las motocicletas. Eran laxos respecto a la higiene personal, pero inflexibles en despreciar las mariconadas de los mods, su pasión por el adorno y el baile. Los
rockers eran menos sociables, compañeros de la carretera y admiraban a cantantes blancos peinados con tupé como Gene Vincent, Eddie Cochran y Elvis Presley, entre otros. Ambas pandillas tuvieron sucesivos encontronazos. El más recordado ocurrió en la ciudad costera de Brighton, en 1964. Una batalla de fin de semana que duró dos días. La prensa se puso a vomitar adjetivos funestos contra ambos bandos para su desprestigio nacional. Pero el tiempo pasó, llegaron los 70,
mods y
rockers rápidamente se volvían adultos y responsables. Los Who dejaron atrás aquellos años y escribieron un réquiem por aquellos muchachos que solían perder el equilibrio al escuchar “My generation”, el álbum doble “Quadrophenia”.
Tengo la suerte de poseer un ejemplar en vinilo de “Quadrophenia”, me lo auto regalé por unos libras esterlinas. Es una película para los oídos. Tal vez Townshend estaba pensando en la nouvelle vague, en “Los cuatrocientos golpes” (1959), cuando encomendó las fotografías del extenso libreto que acompaña a los discos. Allí son representados, en grandes fotos a blanco y negro, momentos en la vida de un mod adolescente de clase trabajadora. Las canciones manifiestan (además de buen rock and roll) la desazón, la ternura y la ira del protagonista. Sentimientos propios de la edad y, en este caso, además debido a una cuádruple esquizofrenia (es decir una “quadrophenia”). No es primera vez que The Who cuenta la historia de un chico trastornado. Anteriormente, la banda había sorprendido con su primera ópera, “Tommy” (1969). The Who habría sido poco más que un grupo de jóvenes furiosos que destruían sus instrumentos después de cada presentación, a no ser por la inmensa inquietud creativa de
Pete Townshend quien escribió “Tommy”, trastocado en parte por el hallazgo del hinduismo, como tantos otros, para contar las metamorfosis de un chico que, a partir de un trauma, queda sordo, mudo y ciego. Fue un gran éxito. El rock estaba en la cumbre de la ambición. Tiempo después se realizó el musical “Tommy” (1975), también bien recibido. El álbum “Tommy”, como “Quadrophenia”, plantean la adolescencia como un camino tortuoso que, para bien o mal, terminará en algún tipo de despertar. Pero siempre vale la pena hacer el viaje. Aquellos discos les cantaban a los jóvenes de entonces, ansiosos por recorrer caminos peligrosos con tal de no terminar en el mismo sitio en el que terminaron sus padres.
“Quadrophenia” podía merecer o no una adaptación al cine. “Tommy” había sido una fiesta hippie, con famosos músicos invitados que asumían papeles y no perdían de vista las partituras. “Quadrophenia”, en cambio, hace referencia a una época y un lugar concretos pero es un recorrido más emocional que factual. El formato del musical, entonces, habría sido un total desatino. En cambio, Franc Roddam hizo lo que los buenos guionistas suelen hacer cuando traspasan al cine relatos originalmente fundidos al calor de otras artes. Es decir, perderle respeto al original, dejar que la gramática de las imágenes se apropie del material y que al volver a pronunciarlo se descubran resonancias que eran imposibles de captar sólo con los oídos. De esta manera, el disco “Quadrophenia” bien puede ser entendido como la banda sonora anticipada para una película del mismo nombre, pues sus canciones (no todas) son empleadas en el momento preciso y las letras describen tan bien las emociones del personaje que parecen hechas a la medida.
“Quadrophenia” fue en parte concebido como un pretexto para un proyecto autobiográfico de The Who, es decir cada una de las “personalidades” del protagonista corresponden a un miembro del grupo. Musicalmente cada personalidad corresponde a
leitmotivs que recorren a las caras del álbum. En el film, la idea de las personalidades múltiples está prácticamente descartada a cambio de una sola pero en constante ebullición. Jimmy es un mod, magníficamente interpretado por Phil Daniels, que nunca tiene suficiente. De día, discute con su madre, cuando no se ha reportado como enfermo, trabaja a desgano como chico de los mandados en una oficina y en su mente resuena siempre el coro de “You really got me” de Kinks. De noche despierta a todo el barrio. Acelera en su scooter y con la patota toma por asalto salones de baile y fiestas de cumpleaños. Impulsado a todo momento por las anfetaminas, la droga mod de elección que, al contrario de la marihuana de uso más bien
rocker, es más afín con la vibración y velocidad de cuerpos y motores. Su otra ocupación importante es lograr la atención de la chica que le gusta, que es igual de díscola como él y gusta de besar a más de un malandro. Hasta que en una tarde voraz en Brighton, Jimmy y decenas de mods arrasan el lugar en cacería de rockers. En una secuencia emocionante, el despelote se sale de control y la policía llega a repartir mazazos, Jimmy y su chica logran ocultarse en un callejón, donde tienen sexo, mientras afuera la calle ruge. Pero poco después, Jimmy termina detenido y la prensa habla alarmada sobre el incidente de Brighton. Acto seguido, su madre lo bota de la casa por pleitista y drogo. La chica no lo soporta por irascible y tampoco su amada scooter estará hasta el final para acompañarlo, al ser arrollada por un auto. Para colmo de males, se entera que el apuesto líder
mod Ace Face, el primer rol de
Sting en el cine, a quien Jimmy admiraba, trabaja de botones en un hotel cargando maletas de burgueses.
Además de las canciones del álbum utilizadas en el momento indicado, The Who es un referente importante del contexto. En una escena, por ejemplo, los muchachos hacen remecer una casa cuando alguien pone el 45 rpm de “My generation”. Tanto el álbum como la película conservan ese final ambiguo acerca del destino de Jimmy. ¿La muerte física o la muerte simbólica de la adolescencia?
De cualquier manera, “Quadrophenia” es un logrado homenaje a una etapa de la vida que incluso mientras ocurre ya es nostalgia. Emociones que sofocan y cada revés puede traernos la idea del suicidio. Sobre todo, la cinta muestra aquella desesperante necesidad de pertenencia, es decir sentirse diferente siendo uno más. En algún momento, Jimmy asegura premonitorio: “Mira, no quiero ser lo mismo que todos los demás, por eso soy un Mod, ves? Si no eres alguien, mejor tírate al mar y ahogate”.
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