Lejos del ambiente de paz que debiera caracterizar la Semana Santa, en el Reparto Eléctrico la violencia continúa proporcionando jornadas bien sangrientas a los pobladores de este barrio periférico de la capital. Dos muertos a balazos y al menos tres heridos por disparos y objetos cortantes, fue el saldo de una trifulca en una de las “casas de juego” que funcionan en la zona sur de la localidad, más conocida como el Callejón.
La noche del sábado 4 de abril fue la más tenebrosa de todas cuando ya casi en la medianoche los disparos y los gritos de los grupos de jóvenes enfrentados obligaron a los vecinos a encerrarse en sus casas debido a la ausencia de un estricto control policial en el lugar, lo que ha ido transformándolo en una especie de “zona de tolerancia” a todo tipo de desenfrenos y al “imperio” de los pandilleros que son quienes controlan estos garitos, literalmente “a sangre y fuego”.
Margarita, una vecina del Callejón, nos dice haber perdido su capacidad de asombro debido a los tantos años en que ha vivido en eso que llama “un verdadero Oeste”: “Yo estaba casi dormida cuando sentí los tiros pero ni siquiera me levanté. Eso es así todos los fines de semana. Cuando no asaltan a alguien, violan a una chiquita o se entran a machetazos. Es un Oeste y, como en las películas, lo mejor es no salir porque no soy yo la que va a poner el muerto. Por el día esto parece tranquilo pero cuando empieza a oscurecer, lo mejor es mandarse a correr o encerrarse a cal y canto”.
Manuel, otro vecino, nos explica lo que él considera la raíz de toda la violencia que se vive en la zona:
“Esto es como tierra de nadie. Aunque muchos han podido legalizar sus casas, dando mucho dinero, otros siguen ilegales y saben que si ganan bastante dinero pueden hacer lo mismo o mudarse o irse para la Yuma. Entonces si no te dejan trabajar porque no tienes dirección de La Habana, estás obligado a meterte en el juego, la droga para ganarte la vida. (…) La policía solo entra aquí cuando hay un muerto o cuando vienen a cobrar algo que le deben por hacerse los de la vista gorda [que no ven nada]. Eso lo sabe todo el mundo. Aquí hay bajareques de tablas pero también hay casonas con todo adentro, y todo el mundo sabe de dónde salió ese dinero. Entonces vienen los de vivienda y le dicen al del bajareque que tiene tres días para tumbarlo pero al de la casona no le dicen nada porque ahí corre el baro (dinero). Si no quiero tumbar el bajareque, entonces tengo que meterme en el ambiente, esas son las reglas del juego, de ese modo nadie se atreve a tocarme. Pero a la vez que entras, ¿cómo sales?”
“Leo” es un joven que frecuenta las casas de juego del Callejón. Nos comenta sobre la violencia en esos lugares: “Mira, a mí nunca me ha pasado nada. Si todo fuera así nadie iría, porque eso es para divertirse y ganar dinero. Hay gente que todo lo joden, que quieren tener más de lo que pueden. Yo juego, busco mi jevita, me doy mis toques pero cuando tengo la estilla (dinero). Lo peor que puede pasar es deberle dinero a uno de esos tipos que tiene más calle que cualquiera de nosotros juntos, y hacerse el marea´o es fatal, te cazan y te la aplican y eso fue lo que le pasó al chamaco, se la aplicaron. Tres balazos y ya, no pasa nada. Ese tipo en un par de años está afuera y se la aplica al que sea porque todo el mundo sabe que aunque lo guarden mil años, el tipo controla lo que es suyo. Hasta los guardias lo respetan porque saben. Matan y nada, te echan más años por [matar] una vaca. ¿Cuánto le echaron al Nene [un conocido nuestro que, debido a un ajuste de cuentas, asesinó a plena luz del día en una de las esquinas más concurridas del Reparto Eléctrico. Hoy es conocido como una especie de “héroe local”] por matar al tipo ese? Cinco años y ni siquiera cumplió tres y todo el mundo sabe que su jevita era policía”.
Una joven abogada del Reparto Eléctrico, residente en la zona, me confesó en conversación privada por qué había decidido abandonar su puesto en la fiscalía: “Yo no me sentía segura. Recibía amenazas todo el tiempo. La gente me tocaba a la puerta para amenazarme. Yo tenía miedo de llevar a la niña al círculo infantil. Una vez me mandaron una nota diciendo que le iban a hacer daño. No me daban ningún tipo de garantía en la fiscalía, andaba por mi cuenta. El miedo no me dejaba trabajar. Yo no sabía que esto aquí en el reparto era tan violento. Mientras estudiaba y andaba en mi mundo todo me parecía muy tranquilo pero cuando llegué a la fiscalía y comencé a enfrentarme con todos esos casos, me di cuenta que es un infierno. Vivimos en el infierno”.
El Callejón del Reparto Eléctrico es conocido en toda La Habana como una especie de paraíso para las drogas. Incluso en los traspatios de muchas de las casas se cultiva la marihuana como si fuese una planta legal. Los muchachos la fuman públicamente, no solo en las fiestas sino hasta sentados en los portales de sus casas o en el parqueo de la Discoteca, actualmente clausurada a causa de las drogas.
En el Callejón rige una ley sagrada que obliga a todos a guardar silencio sobre lo que sucede en el lugar. Nadie desea buscarse problemas y por eso rehúsan conversar con los extraños. Nadie ofrece detalles de lo que ocurre a diario en las casas de juegos o en los garajes donde se desmantelan autos robados. La mayoría esquiva las preguntas o responden con cautela, con desconfianza. Es poco seguro andar de preguntón. Sólo me toleran porque es de día y el muerto más reciente ha obligado a muchos a esconderse para evitar ser interrogados por la policía. Nadie desea convertirse en la próxima víctima. Mucho menos por delator.
El Callejón del Reparto Eléctrico comenzó y continúa siendo un lugar de esos que llaman “de llega y pon”. En los años 70 eran apenas un centenar de casitas, todas hechas con tablas y restos de metales, casi todas sin servicios de agua y electricidad, realidades que aún son palpables en aquellas casuchas más cercanas a la zanja. Con los años, y debido al aumento de los niveles de pobreza en todo el país, ha ido creciendo su población como consecuencia de la cantidad de personas que constantemente deciden emigrar a La Habana en busca de mejores oportunidades de sobrevivir.
Debido a las inhumanas leyes que rigen las migraciones internas en la isla, la mayoría no encuentra trabajo y es obligada a insertarse en todo tipo de “negocios” ilegales y pandillas para ganar el sustento. Debido a que el Callejón está conformado por una verdadera maraña de callejuelas, caminos y trillos peligrosos para cualquier persona extraña, muchas casas funcionan como antros de juego y prostíbulos. En la actualidad, el callejón abarca un área más extensa que la zona que ocupaban los edificios de militares cubanos y soviéticos.
Fuente: Cubanet