Titulares agradables

Publicado el 27 septiembre 2013 por Lourdesms

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Sabía que tarde o temprano acabaría pasando; esto del desengaño, quiero decir. Yo ya tenía una edad, hasta ahora no me había ocurrido y ya iba siendo hora.La conocí en el trabajo, pero no era compañera, no, era mi clienta. Yo regentaba un kiosco y ella un buen día comenzó a venir cada domingo a comprarme el diario. Todas las semanas compraba uno diferente. Examinaba con atención las portadas de todos los periódicos y cogía el que se anunciaba con el titular más agradable.Como decía ella, había días en los que no se podía comprar el periódico a causa de tanto suceso desagradable y cuando ese día llegaba se llevaba un ejemplar de Pleiades, Manuscrits, Mente y cerebro, etc… a la hora de pagar, yo le daba el cambio procurando rozar sutilmente su delicada y suave mano sin atreverme si quiera a mirarle a los ojos.Recuerdo el primer día que la vi, era el día cinco de octubre del dos mil doce. Ella llegó con su brisa refrescante, educada, tímida, reservada; en general correcta, despistada pero tan hermosa que cualquiera en su sano juicio la hubiera confundido con La Dama del Lago. Yo, por el contrario soy educado, tímido, reservado, tembloroso y para colmo tartamudo.Cada domingo, nada más llegar, me saludaba y me hacía la misma pregunta: ¿Algún titular agradable hoy, Genaro?” Mi nombre sonaba tan dulce pronunciado por ella… Yo tartamudeaba y le contestaba con un monosílabo torpe, al cual ella respondía sonriendo. Así, todos los domingos, uno tras otro desde aquel cinco de octubre del dos mil doce.Todas las semanas esperaba impaciente la llegada del domingo sólo para verla, sólo para decirle, después de mucho pensar, un torpe monosílabo.Mi mejor amigo Joaquín, me llamaba desde Suecia todos los domingos por la noche para preguntarme por mis “avances” en ese campo. Me decía que estaba loco, tal vez obsesionadao y que debería invitarla a cenar, preguntarle su nombre y su teléfono de una vez por todas, y no dejar pasar la oportunidad. Para él era fácil decirlo ya que tenía una novia estupenda, al parecer, con la que mantenía una firme relación a distancia y con la que iba a casarse en breve; y además él no era tartamudo, ni lo es a día de hoy.
Qué efímera la emoción de congoja y ansiedad que experimentaba durante toda la semana esperando la llegada del domingo, pues se veía satisfecha en a penas tres minutos y volvía a empezar ipsofactamente para prolongarse durante los siguientes seis días de la semana y así mes tras mes. Una ilusión perfecta, luminosa y juvenil se apoderaba de mí espíritu y sin previo aviso, me volvía a arrojar súbitamente a la realidad convertida otra vez en tristeza y senectud cuando mis ojos la veían doblar la esquina de la calle.
Un domingo en concreto, la recuerdo acercándose al kiosco con un brillo especial en la mirada; iba vestida diferente, con un peinado diferente, con una sonrisa diferente, con un encanto diferente; parecía casi transfigurada, la viva imagen del amor en su estado más puro. Mientras escogía un ejemplar yo la observaba todo lo disimuladamene que podía y pensaba en lo afortunado que era al tener el privilegio de de poder observar aquella sagrada visión semana tras semana. En medio de un inusual silencio se llevó un ejemplar de Mi casa, pagó su precio y se alejó dejándome sumido en la más absoluta de las miserias.
Al domingo siguiente no apareció. Esperé impaciente durante todo el día y mi esperanza se apagaba cada vez más a medida que se acercaba la hora de cerrar; cerré media hora más tarde de lo habitual, tras lo cual volví a casa melancólico e insatisfecho. Recogí la correspondencia que abarrotaba mi buzón y repasé con mi cansada vista el remite de todos los sobres como si quisiera encontrarme dos cosas: o una buena noticia que me sacara del abatimiento del día o una carta desconocida en la que “ella” me confesaba secretamente el amor que sentía por mí y el miedo a no ser correspondida, lo cual le había hecho cambiarse de kiosquero y no haber acudido hoy a nuestra acostumbrada y romántica cita de los domingos.Sea como fuere, mis expectativas se vieron cumplidas medianamente cuando encontré entre facturas y facturas la invitación de boda de mi amigo Joaquín y su novia Ana, ¡ésta era la esperada buena noticia!Sonreí complacido. La invitación era muy original pues estaba decorada con recortes de revistas y periódicos. Saqué la tarjeta del sobre pensando en mi próximo viaje a Suecia:“¿Qué pasa, "don Juan"?: Ana y yo estaremos encantados de contar contigo en nuestra boda que se celebrará el día tal…, hora tal…, lugar tal… Te llamo el domingo próximo para ultimar los preparativos del viaje y, por supuesto, para saber cómo van esos “avances de los domingos”, granuja. J.P.D.: Ana tiene muchísimas ganas de conocerte.”
En el reverso había una foto de la feliz pareja en la cual figuraban sonrientes y enamorados: Mi amigo Joaquín junto a ella, la mujer a la que esperaba cada domingo en mi kiosco… Era ella, no cabía duda. Confuso y con las manos tan temblorosas que a penas podían sostener la tarjeta, comencé a inspeccionar la invitación y me percaté de que los recortes de periódicos y revistas que decoraban la tarjeta, eran los titulares que ella habái recortado de los ejemplares que yo le vendía.
¡Qué efímera ilusión! ¡Qué efímera vida! Qué intensas emociones las que nos hace sentir, para luego tener que verlas desvanecerse entre la niebla sin a penas despedirse, derritiéndose para siempre en el tiempo cual estatua de hielo bajo el sol de julio.