Aquella situación, no obstante, ha evolucionado mucho, y no siempre para mejor. La obligatoriedad de la enseñanza y la posibilidad de becas han abarrotado las universidades. Hasta tal punto se multiplicó el número de graduados que disponer de un título universitario no garantiza, hoy por hoy, la obtención de un empleo, por saturación de la oferta. En la actualidad, muchos titulados soportan una situación de desempleo durante años o desempeñan un trabajo que no requiere los conocimientos adquiridos en una universidad. O, peor aún, hay universitarios que consiguen ejercer su profesión, poniendo en práctica sus conocimientos y formación, pero bajo contratos como becarios o remunerados en categorías inferiores a las que les correspondería por el trabajo que realmente desarrollan.
Cosa distinta son los que se empeñan en obtener títulos académicos con la pretensión de elevarse sobre los demás y vanagloriarse de un supuesto estatus social que los distingue de los que no tienen tales titulaciones. Se trata de una “titulitis” que afecta a aquellos que se creen superiores y supuestamente mejor preparados por poseer una titulación de la que carecen los de su entorno laboral o familiar, aunque ocupen puestos o ejerzan funciones de mayor responsabilidad que ellos con sus diplomas. Se les distingue porque suelen dictar sentencias del estilo: “no sé cómo ha llegado hasta ahí si sólo es…” (completar con la formación del criticado). Y son los mismos que piensan que un máster, por ejemplo, certifica que eres más listo o capacitado que el que no lo posee.
La señora Cifuentes ha cometido, por lo que parece, irregularidades muy graves por añadir a su formación de Licenciada en Derecho la realización de un máster que no ha cursado en realidad. La investigación periodística de dos medios de comunicación ha revelado múltiples irregularidades y falsificaciones en los datos aportados por la presidenta de Madrid para avalar que realmente cursó unos estudios de posgrado, que exigen 600 horas presenciales. Según revelan los medios y se confirma después, se formalizó la matrícula fuera de plazo (tres meses después de iniciado el curso), el acta de notas de dos asignaturas fue alterada para reemplazar sendos “no presentado” por la calificación de “notable”, dos profesoras afirman que sus firmas han sido falsificadas en un acta que ellas no han firmado, el director del máster reconoce públicamente haber “reconstruido” el acta a instancias del rector, y, finalmente, que no aparece, ni en la Universidad ni en la casa de tan destacada alumna, el trabajo fin de máster (TFM) que debía realizarse para poder aprobarlo. Y como colofón, ninguno de quienes fueron compañeros de clase de Cristina Cifuentes recuerda haberla visto por las aulas ni asistir a los exámenes. En resumidas cuentas, un asunto, más que feo, sintomático de esa patología de la “titulitis” que todavía afecta a personas que no precisan adornar con un título adicional su competencia profesional. O eso creíamos.