Director: Ektoras Lygizos
Siempre es saludable y necesario ver una película frecuentemente denominada como "cine social" -no sé qué demonios es eso, pero a veces las etiquetas facilonas simplifican la tarea de... ¿de qué?-, al menos aquellas que trascienden esa manoseada y sobrevalorada distinción para convertirse en una experiencia eminentemente humana y no discursiva o moralizante. Hace poco comentaba la bosnia "Episodio en la vida de un recojedor de chatarra", una bella y desconcertante historia de gitanos marginados, y siempre están los intachables hermanos Dardenne con sus inolvidables historias de personas afectadas por situaciones socialmente tortuosas. "Chico que se come la comida del pájaro", traducción literal -creo- de la opera prima de Ektoras Lygizos, podría caer perfectamente en lo anteriormente descrito, esto es un cine de la verdad, la vida y lo humano, un cine capaz de removerte las entrañas tan sólo con un par de mecanismos de lo más sencillos pero efectivos y poderosos. Esta cinta griega es dura, claro que sí, pero endiabladamente honesta y obligada.
Un chico griego, aparentemente sin nada que hacer -ni estudios ni trabajo-, vive en la pobreza y no tiene nada para comer. Pero absolutamente nada. Y como no se puede vivir mucho sin comer, el chico tendrá que salir a la calle y buscar alimento. Para él y para su pájaro, que se ha quedado sin comida también...
La opera prima de Ektoras Lygizos es una película que de seguro se habrá hecho con un presupuesto ínfimo y ridículo, lo que no puede ser más coherente considerando el tema que se toca, y que no quita, al contrario, suma con extrema fuerza, el que la cinta exude personalidad e intenciones puestas en imágenes de manera contundente y precisa. Quizás "To agori troei..." sea un recordatorio, quizás un poderoso grito de rabia a modo de desahogo, quizás un testimonio denunciante, o quizás -lo más probable- todas las anteriores; "To agori troei..." es muchas cosas a la vez que una sola, y ahí radica la suma importancia de su existencia: en que su descreída sencillez es el gran vehículo para representar una realidad tan asumida y aparentemente obvia como lejana y de perpetuo impacto. Ektoras Lygizos se ubica ahí, en el límite, y su película es una experiencia desequilibrante que se mece entre el abismo más oscuro y la apenas reconfortante seguridad, débil y efímera pero por sobre todo engañosa y pérfida. Lo de Lygizos es un brutal y crudísimo retrato de la situación actual de muchas personas que no tienen ni que comer ni donde caerse muertos, pero centrado en un ensimismado joven sumido en el más abismal abandono. El director recurre a la archiconocida cámara en mano, recurso de incapaces -en sus casos llamémosle "comodín"- como de autores de verdad, terreno en el que se ubica un Lygizos que hace de su cerrada cámara toda una experiencia claustrofóbica y asfixiante, materializando la sensación de su protagonista, un joven aprisionado no sólo en su pobre condición sino en su desesperación y desorientación. Es terriblemente desalentador ver cómo resulta todo un logro vital, casi como una victoria titánica y sobrehumana, el que el protagonista se lleve a la boca algo que no sea la comida de su pájaro. Sin efectismos indignos y gratuitos ni tampoco manipulaciones emocionales y conceptuales, sino a través de una atmósfera despojada y desnuda, el director nos asesta tremebundo mazazo de realidad y cine, está claro, no para ojos o sensibilidades delicadas. Finalmente, vale la pena señalar que, a pesar de todos los alcances socioeconómicos y/o morales -o de meritocracia, como le llaman-, lo que "To agori troei..." en reliadad es, es el día a día de un ser indefenso y dejado a su suerte, sin poder vivir de verdad y que hace todo lo posible por sobrevivir, y no me refiero al sentido a largo plazo convencional que te dicen los correctitos, sino al cubrir las necesidades más básicas y dignas, aquellas que deberían ser un derecho para todos. Pero hay más, pues esta película es la búsqueda de la libertad, del quitarse las cadenas de la desesperación y la urgencia, y poder, por fin, vivir.Como digo, una experiencia dura y brutal que por desgracia no parece ir a mejor. Y es que cómo contravenir no ya los principios de tu película sino de tu cosmovisión, de la realidad que te rodea... Un vergonzoso y quebradizo espejo que apunta directamente ahí donde muchos otros parecen posarse sin darse cuenta de quién está al lado suyo, y peor, sin importarle cómo está. Todo un golpe es esta "To agori troei to fagito tou pouliou", y merece ser recibido.