Toc, Toc...

Por Evagp1972
                        (fotografía de Eva Gutiérrez Pardina (CC BY 3.0) Duda. La fotografía de una tal Amelia Stockton aparece en su pantalla, sonriente. Una madre de familia con ligero sobrepeso, media melena castaña, monturas de plástico verde, un niño de cuatro o cinco años sentado en su regazo y, a sus pies, un perro labrador. Vuelve a comprobarlo: nada. Ni amistades, ni un “me gusta” en una de las treinta páginas de fans a las que Elisa K. se ha apuntado. Tampoco le ha enviado ningún mensaje junto a su petición de amistad. “Quizá se trate de alguien que me confunde con otra”. Recuerda que, al menos en tres ocasiones, ha recibido mensajes del tipo “¿Eres mi antigua profesora de literatura comparada en la Universidad de Barcelona?”. Quizá debiera dejar visible su apellido, y se evitaría molestias. Sólo tres amistades en un mes, todas compañeras de trabajo. Nada verdaderamente virtual, pues, en su círculo 2.0. Se confiesa a sí misma que, de hecho, no ha sucedido nada interesante, ninguna novedad, en el marasmo en el que chapotea desde los últimos cinco años…
“Elisa K. ha aceptado tu solicitud de amistad”. Amelia Stockton - en realidad, Hans W.- sonríe, se atusa la barba y, sin dudarlo, empieza a fisgar en el muro de esta mujer a la que observa desde hace tiempo, la respiración contenida, el cuerpo tenso, tras la mirilla de la puerta de enfrente. Empezaba a aburrirse de apuntar en su gastada y diminuta libreta gris, con la obsesiva meticulosidad de un notario, las horas de salida y de llegada a casa de esta vecina triste, tan sola, a la que hoy tiene un poco más en su poder.