Tocar los libros

Publicado el 25 octubre 2010 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Tocar los libros

Jugaba la lluvia con los cristales. Gota a gota componía una canción de ritmo irregular y el tintineo del agua se entremezclaba con el ruido del teclado. Como un oficinista entregado, copiaba los párrafos que más me habían gustado, esas líneas que justo cuando comienzas a leer prenden una señal, la luz de un faro en un mar de tinta.
Contaba Salman Rushdie que, de niño, en Bombay, en ciertas familias se besaban los libros sagrados, los textos divinos, igual que los trozos de pan que se caían al suelo. Pero en su casa no: se besaban los atlas, los diccionarios, los libros de Enid Blyton, y las tiras cómicas de Supermán, cualquier cosa”.
“¡Cómo no simpatizar con Rushdie después de leer estas líneas!”
, pensaba mientras sostenía sobre mis piernas el pequeño ejemplar de “Tocar los libros”, donde Jesús Marchamalo transmite su pasión por los libros, tan intensa que da la sensación de que Marchamalo se alimenta de raciones de metáforas devoradas sólo a través del tacto.
Los libros, como las personas, tienen sus momentos de encuentro
que a veces hay que aprender a posponer. Son como piezas de un puzzle que encajan o no en un sitio preciso por mucho que nos empeñemos en que ocurra lo contrario. Después están los libros que se atraviesan y con los que no hay manera de llegar a un acuerdo”.
Los libros como una pieza que encaja en nuestras vidas sólo en un momento determinado… o en varios, aunque son pocos los que releemos. La mayoría se queda apretado en una estantería, un estrato, como escribe Marchamalo, en el yacimiento de nuestras vidas. Dime que leíste y te diré quién fuiste alguna vez o quién quisiste ser.
Se compran libros de manera caprichosa, contradictoria, dispar. Hay temas que provocan vivo interés en determinadas épocas de nuestra vida, y que se abandonan después, igual que se abandonan las certezas (…) Los libros, al final, conforman un territorio común, son las fronteras declaradas del país imaginario en el que nos movemos”.
“Compraba los libros sólo para acariciarlos”, escucho decir a un falso Bolaño en un magnífico documental sobre los Bolaños verdaderos. Suena el timbre. Alfonso, un amigo de mi padre, ha venido a vernos. Termina el verano y dejaremos de ser vecinos un invierno más. Alfonso viene con un libro de regalo. Me sorprende y me emociona. Y lo guardo dedicado, para tener un recuerdo único de este hombre ejemplar.
Octavio Paz  nunca consiguió sobreponerse al incendio de sus libros. Porque con los libros no sólo se quemaron las historias, los personajes, los lugares. Con los libros ardieron las dedicatorias, las anotaciones en los márgenes, las erratas corregidas a mano. Con los libros ardieron las tardes luminosas en las que los había leído, el olor del papel (…)  el tacto de los amigos a los que se los había prestado”.
¿Crees que el libro electrónico acabará con el libro? Yo creo que no”, me responde Alfonso antes de que pueda decir mi “no lo sé”. Y le hablo brevemente de este pequeño libro de Marchamalo, texto divertido y veloz, apasionado por la lectura y por el libro como un objeto que se puede oler y tocar. Y pienso que tengo que regalarle esta historia de Marchamalo antes de que las librerías se queden sin ejemplares.
25/10/10