El espíritu europeo, tal como usted lo define a lo largo de toda su historia (que parte del texto bíblico), ¿puede seguir manteniendo su autoridad? ¿Qué realidad concreta puede expresar hoy? ¿No se encuentra irremediablemente desacreditado?
Personalmente, le respondería que yo no podría vivir sin él. Para mí es una forma de goce y reconocimiento. El crítico, el profesor lo agradece. Es algo que se expresa aprendiendo textos de memoria. Esto es visto hoy como la ridiculez máxima, en la escuela los niños ya no aprenden nada de memoria. Pero las cosas que amamos, nos gusta llevarlas dentro de nosotros para vivir con ellas, en una relación orgánica que es la de la memoria. Con la edad, esto se ha vuelto para mí un ejercicio fundamental. Todas las mañanas tomo un pasaje, de un gran clásico o de la Biblia, y lo traduzco a mis cuatro lenguas. Ayer fue un pasaje de Tucídides, tomado del gran capítulo sobre la peste en Atenas. Leyéndolo, aprendiéndolo, uno se pone a recordar a Defoe y su descripción de la peste en Londres, luego piensa en Camus… Y de repente, las campanas vibran a través de nuestra cultura europea, con este sentimiento de repetición, de eco interior. Lo que me horripila de la deconstrucción, lo característico de esta “preciosa ridícula” francesa, es su falta de agradecimiento y de alegría. El señor Derrida tiene desde luego talento, leerle es a menudo apasionante, pero su juego de palabras sobre el “pre-texto” resulta inadmisible. Shakespeare no es un pretexto para nadie; Proust y Dante, tampoco. Estoy entre los que se regocijan de lo que nos ofrece nuestra cultura. La primera frase del primer libro que leí de niño era de Dostoievski: “Toda gran crítica es una deuda de amor”. Nunca traicioné esa frase. Todo está en el gran misterio del agradecimiento por la cultura. Y todo lo que la cultura exige de nosotros es autoridad.
George Steiner
Entrevista con Isabelle Albaret y Olivier Mongin
Esprit, diciembre de 2003
Foto: George Steiner