Todavía no

Publicado el 09 julio 2019 por Ispamaga @is_ma_ga

A las cuatro de la mañana el silencio es triste en esta casa. Nelson, lleno de sudor, se levanta de golpe; minutos antes dormía inquieto sobre una cama roída por las mismas polillas que aletean alrededor de un foco blanquinoso; la cama rechina a cada movimiento con el que intenta espantar a los mosquitos; se pone de pie y descalzo pisa las tablas que están algo frías, da un brinco del estremecimiento y atraviesa el cuarto dirigiéndose a la cocina para beber un poco de agua. Se asoma a la ventana y respira hondamente el aire fresco de la madrugada; se lava el rostro y camina salpicando gotas de agua en el piso. Don Ernesto, su padre, un sujeto gordo, tosco y manco, se levanta y hace lo mismo. Nelson se sienta sobre la cama chillona y sacude su cabello con las manos. Su cuerpo delgado está lleno de picaduras de mosquitos, por lo que su padre se ríe burlonamente.

Nora no ha dormido durante toda la noche, el temor de estar un día más en esta casa no la dejado descansar. Los mira tímidamente desde su cama donde amaneció escribiendo; deja el cuaderno; casi débil se levanta y, de puntillas, va al baño. Yo ya me he preparado para mi quehacer diario, enciendo el fogón mientras que, con un trapo, ahuyento a los bichos. Nelson toma su libreta, como de costumbre, y empieza a escribir, enredado aún en sus sueños sin forma; parece algo inquieto; deja sus notas sobre la mesa, y se alista para salir. Me acerco curiosamente a leer lo que ha escrito: «Ustedes que leen aún pueden respirar; pero yo, estoy enredado entre sombras, esta noche será».

Nora sale a la sala con la falda que he planchado minuciosamente que, luego de sentarse, se arrugará y perderá su lisura, enciende un cigarrillo «señorita, vaya a humear fuera de la casa». Se sienta en la escalera respirando, difícilmente, el aire de las naranjas; el sol empieza a aparecer y los grillos dejan su cri cri escondiéndose entre las hojas. Don Ernesto no pide permiso y baja a golpes toscos por la escalera intentado no caerse; con su mano izquierda roza la espalda de Nora y se va entre las plantas de naranjas. Nora lo mira con desprecio y esconde su rostro entre sus piernas. Me siento en la escalera y respiro el aire femenino «Te has puesto el delantal al revés», lo acomodo.

A los pocos segundos Nelson baja la escalera tras de su padre y lo sigue entre las plantas de naranjas, ambos desaparecen en medio del día aún oscuro.

Estos días Nora ha estado extraña. Entramos a la casa y sacudo el sofá para que se recueste y, como de costumbre, ella pone la cabeza entre sus manos esperando que le pase el dolor. Pongo paños calientes sobre su vientre. Se duerme. Empiezo a asear la casa y al sacudir la cama de Nora cae el cuaderno donde escribe todas las noches.

«Me levanté para buscar a Nelson. El aire estaba húmedo, y sentía que mi cabello se pegaba a la nuca por el sudor, la noche se llenó de ojos y caminé largo rato sin distinguir nada; aceleré el paso siguiendo derecho entre las plantas de naranjas pisando las hojas secas, tenía miedo de volverme, me sentía cansada. Nelson apareció frente a mí y se detuvo mirándome fijamente a la cara mientras su padre me acariciaba los hombros y la espalda. Nelson, sin tomarme en cuenta, reanudó su solemne paso; yo volteé a verlo sumida en el temor. Lo perseguí e intenté tomar sus brazos, pero él no tenía brazos».

Nelson llega a la casa se sienta en la cama y vuelve a escribir arrebatado y endiosado. Me mira diciéndome: esta noche papá no llegará. Poso un paño húmedo sobre la frente de Nora, ella intenta llamarlo, no puede mover su cuerpo, grita, pero es en vano; él no la escucha. Nora podrá dormir, me quedaré horas a su lado tendiéndole mi mano y cuando yo me aparte, me dirá «Todavía no, Alma, todavía no…».

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