Hasta en la noche más oscura surgían locos que reían mientras dibujaban recuerdos entre las estrellas. El mundo retrocedía, la sangre volaba y en rincones escondidos la tristeza no tenía cabida. Era el hogar de los ilusos, el sitio de los necios, de religiosos que oraban a la incoherencia y que preferían sonreír a pesar de que las lágrimas cubrían el mundo.
Caballeros de la esperanza, en sus manos habitaba el futuro, en las que bridaban con cerveza cada vez que un político robaba y plasmaban en historias invisibles los recuerdos que honraban a las víctimas de las guerras que no elegían luchar. Habían decidido vivir, habían optado por ser felices. Asumieron rápidamente el mundo en el que habitaban y se juraron en noches de desvelo que cambiarían todo a su modo.
Invisibles a los ojos de los egoístas, escondidos entre la rutina, dinamitaban el mundo a cada paso, devoraban la tristeza con sus palabras. Recitaban poemas en lenguas que nadie conocía pero que todos interpretaban, luchaban sin armas y sin fuerza, acogían el dolor como medio de pago y eran conocedores del secreto de la felicidad.
Sabían que irían a por ellos, que querrían borrar sus huellas, pero todos aquellos que empuñasen las pistolas en su contra estaban perdidos. Eran invencibles, jamás caerían, jamás. No eran un «ellos», eran un «todos». Habían sembrado el germen de la esperanza en todo el planeta y cuando un virus arranca la pandemia es solo cuestión de tiempo.
Contad los segundos, amarrad las horas, gritad las canciones que os hagan soñar despiertos. Serán nuestro himno, nuestra fuerza, lo que nos haga únicos, lo que nos haga eternos.
Carmelo Beltrán@CarBel1994