Así que no diré nada de Manolo Rivas.
La costa gallega fue durante mucho tiempo un paraíso para los contrabandistas de tabaco, que gozaban de casi total impunidad protegidos por el silencio de una población que veía en hurtar el tabaco al Fisco un modo de medrar no sólo legítimo, sino envidiable. Todo bien hasta que las mafias de la droga encontraron el camino perfecto para introducir el material por las costas gallegas. Más silencio, al menos hasta que los hijos y los nietos de los del pueblo comenzaron a caer víctimas del caballo.
En medio de esa transformación está la novela. Un triángulo chico-chica-chico (¿les suena?), amigos de infancia que al llegar a adultos están en lugares opuestos: Victor Rumbo, Brinco, de pescador a contrabandista y de contrabandista a mafiosillo. Enfrente, Fins Malpica, policía. Y en el medio, Leda Hortas, la chica. Ah, y faltaba también el capo, improbablemente culto para ser de estos pagos, Mariscal.
El libro está bien escrito, eso no puede negarse. Rivas tiene el don, así que no podría escribir mal ni aunque quisiera, y no creo que haya muchos escritores gallegos que sean capaces de llevar la lengua hasta dónde él la lleva. Clava la definición de los personajes y de los ambientes. Pero la trama es previsible y el final apresurado. Así que, a la postre: tablas.