«Y que coleccionar sellos estaba muy bien, aquellas cositas eran como pequeñas acciones. Coleccionar sí, pero ¿reparar? Volver a pegar un solo diente, que algo así fuera posible, estaba fuera de toda consideración. ¿Era directamente estafa? ¿Qué se imaginaba? ¿Eh? Había que atenerse siempre a la verdad. Atenerse siempre a la verdad y saber callar, también en relación con ciertos rumores que corrían ahora. Los rumores los había puesto en circulación gente que decía saber lo que estaba pasando, que había visto cosas en el este. Cosas tan descabelladas que no era posible imaginarlas».
Walter Kempowski (Rostock, Alemania, 1929-2007), autor de Todo en vano, la novela que hoy os traigo, comenzó a trabajar a principios de la década de los ochenta del pasado siglo en un ambicioso proyecto. Puso anuncios en el periódico alemán Die Zeit solicitando material biográfico de gente corriente sobre la Segunda Guerra Mundial. Recibió numerosos diarios, cartas, fotografías, amén de textos autobiográficos o de memorias de diferentes personas y lugares. Con tan exhaustiva recopilación compuso su ingente obra Das Echolot, organizada en diez volúmenes y publicada a lo largo de veinte años; una obra, supongo, concebida con la finalidad de, como rezonga el doctor Wagner, uno de los personajes de Todo en vano, en la cita que precede a estas líneas, atenerse a la verdad, de callarse y dejar que los hechos, las imágenes o los registros hablen por sí solos, de no reparar porque «no había que meter la mano entre los radios de la rueda del destino».
La novela sobre la que versa esta reseña no forma parte de Das Echolot. Si he comenzado hablando por el peculiar proyecto de Kempowski es porque me he encontrado en esta lectura con una reveladora querencia por el coleccionismo, la recopilación y el testimonio, todas ellas, de algún modo, maneras de dejar registro de los acontecimientos, los cuales en este caso vuelven a suceder en una Alemania en la que «nadie piensa más que en sí mismo, reina el egoísmo», en una Alemania en la que «había más miedo que amor a la patria».
No estoy muy segura de que hubiera reparado en esa afición archivística de los personajes de esta historia de no haber conocido la propia afición del escritor alemán, la cual llegó a constituir una especie de modus operandi en su trabajo como escritor. Me gusta, cada vez más, indagar previamente un poco sobre los autores de los libros que leo. A veces incluso lo voy haciendo paralelamente a la lectura. En el caso de Walter Kempowski, considerado uno de los autores alemanes más importantes de la segunda mitad del siglo XX, pero prácticamente desconocido en España (su única obra traducida al español hasta la fecha es esta que nos ocupa), precisamente por ello, lo he considerado aún más conveniente. Sabía, por tanto, cuando comencé esta lectura, de la existencia así como de cómo se había concebido Das Echolot. No obstante, creo que hubiera terminado igualmente percatándome de la coincidencia. De lo que sí dudo es de que, una vez detectada, me hubiera aplicado tan inquisitivamente como lo he hecho a subrayar cada guiño al respecto, haciendo, así, mi propia recopilación.
Lindando con el bosque, la granja de los von Globig parece alzarse como un refugio. Todo aquel que se aloja en ella se siente bien. Sus habitantes, en ausencia de Eberhard von Globig, que sirve en Italia, son su esposa Katharina, su hijo Peter y una pariente lejana que hace las veces de ama de llaves y a la que todos apodan la tiíta. Dos ucranianas y un polaco forman la servidumbre. El viejo doctor Wagner, con la escuela cerrada por frío y volcado en la formación de Peter, acude asiduamente a Georgenhof, pues «¿acaso la educación no era parte de la plenitud del ser humano?»
El elenco de personajes que circulan por las páginas de Todo en vano es magnífico. Todos son sumamente peculiares. Algunos incluso tienen un toque cómico que raya con el patetismo. Mi favorito, sin duda, es Katharina. Su historia está contada con deliciosa y melancólica sutilidad. Se trata de una mujer de físico bello y naturaleza etérea. Negada para la vida práctica, vive ensimismada en su propio mundo. Su habitación es un refugio propio dentro de ese otro refugio que es Georgenhof. Su refugio amenaza con peligrar cuando toma una decisión cuyas motivaciones son complejas. Siguiendo la estela del registro archivístico como metáfora de esta novela, en un momento de la trama se sentirá tentada de sentarse a su escritorio a tomar nota con detalle de los sentimientos que la embargan cuando siente esa amenaza próxima.
Pensaréis que el hogar de los von Globig, a tenor de lo que os estoy contando, es una isla en medio de ese enfurecido mar que fue para su ubicación el final de la Segunda Guerra Mundial. No es así; Georgenhof no es inmune al estruendo de esa fuerza imparable, al «rugido al otro lado del horizonte, el temblor del suelo: retumbaba y se estremecía. Se podían distinguir las explosiones especialmente fuertes. ¿A cuántos kilómetros podía estar el frente? ¿Ciento cincuenta? ¿Cien? ¿O cincuenta? En realidad todavía muy lejos, pero tampoco tan lejos». No, el Ejército Rojo no se encuentra tan lejos y lo peor es que cada vez se acerca más.
Todo en vano es una novela sobre el éxodo de los alemanes de la Prusia Oriental ante la inminente invasión soviética (he sentido, según iba escribiendo la frase anterior, que estaba simplificando esta lectura en demasía. Voy a mantener la frase, no obstante, para centrarme y no dispersarme). Llega un punto en ella en el que todo se precipita, no la prosa ni la narración de Kempowski, pues en este caso la idea de precipitación para nada tiene una connotación negativa, sino lo que arrastra el eco de ese rugido cada vez más cercano a Goergenhof. Cambiamos, así, los muros de la casa de los von Globig por una pareciera interminable caravana humana. «La larga serpiente venía del este, desde muy lejos, y como una gran ese se enroscaba en el paisaje blanco, hacia el difuminado sol». Y no sé si ha sido ese paisaje blanco, no sé si han sido imágenes que me han traído esta lectura como la de un cadáver aún aferrado por obra y desgracia del rigor mortis a un mendrugo de pan, el caso es que en algún momento ha acudido a mi mente esa otra lectura que también me llegó de la mano de Libros del Asteroide que es El año del hambre del finlandés Aki Ollikainem.
«Junto a la pequeña iglesia encalada había cruces de tumbas antiguas, inclinadas en el suelo, y nuevas, de madera recién cortada. Un hombre trajo un hatillo, era un niño muerto. El pastor vino y dijo:—Déjelo ahí, yo me ocuparé —se volvió una vez más y preguntó—: ¿Cómo se llama? —lo escribió en una hoja y metió la nota en el hatillo.El hatillo se quedó al pie del portal, por el que corría el viento, y la nota salió volando».
Königsberg, capital de Prusia Oriental y actual Kaliningrado, tras un ataque aéreo de los Aliados en 1944
Fotografía en dominio público de Sendker.
A pesar de lo que acabo de exponer, he leído gran parte de esta novela con cierta ligereza. Creo que ello se ha debido a lo pintoresco de los personajes y a su ya mencionada comicidad. Esa ligereza no ha de llevar a pensar que sea esta una lectura ligera. Todo en vano es una novela que he leído amparada por la solidez y el peso de la mano que la ha escrito (esa solvencia indescriptible pero incuestionable de los grandes escritores), con cosas que me han gustado mucho, detalles maravillosos por doquier que he ido recolectando como la coleccionista de flashes literarios que soy, pero con la inseguridad de si el conjunto de todo ello me iba a llevar a alguna parte. Esa inseguridad ha estado motivada por su profusa ramificación. Esas ramas, sin embargo, son las responsables de que esta se haya convertido en una de esas lecturas que cuanto más las pienso más me gustan.
Hasta que me he dado cuenta de esto me he sentido un poco como la violinista que también pernocta en una ocasión en casa de los von Globig: culpable por haber estado bailando mientras, fuera, los soldados luchan y mueren (aunque en su caso, más que culpa, lo que siente es preocupación por si llega a saberse, pues al pueblo alemán se le ha prohibido bailar); o como Peter, al que, en una ocasión, cuando se da cuenta, curioso, de que no se ha percatado del estallido de una bomba que ha caído, le viene a la mente el verso «Hay ciertas cosas, de las que nos reímos...» Llega un momento, sin embargo, en la que ya no puedo permanecer más sorda a ese estallido, ni más inmune al dolor y a la inutilidad que Kempowski retrata en esta novela. Es entonces cuando, para mí, llega la verdadera precipitación de la misma.
«Lo que hemos perdido, se titulaba el folleto que sacó de la estantería, en el que estaba reproducida la catedral de Estrasburgo. «No olvidemos», ponía como dedicatoria. Y: «Todo en vano»».
El barón que escribe la crónica sobre su ciudad natal lo hacía porque pensaba que «alguien tenía que escribir lo que había ocurrido, para bien y para mal, y ahora sin duda estaban sucediendo cosas terribles, y había que dar testimonio para toda la eternidad». «Todo eso había que contarlo, tenía que ser contado, a toda costa. Se sentía personalmente responsable de eso. Dar testimonio, de manera entretenida, a las futuras generaciones». Así, también, el jovencísimo Peter, mientras observa la larga fila de carromatos de los refugiados, llegará a preguntarse: «¿Pintará esto alguien alguna vez?» Me gustaría poder responderle con otro pensamiento de otro momento de esta novela, en este caso del doctor Wagner, que reza así: «Seguro que un escritor podía hacer algo con eso». Me gustaría poder decirle que, efectivamente, fue un escritor el que, con su paleta de brillantes palabras, consiguió pintarlo. Ese escritor, como estoy segura os imagináis, se llama Walter Kempowski.
«Cuando la humanidad sufre, es preciso plasmarlo en un libro».
Ruta de refugiados de Prusia Oriental, 1945
Fotografía del Bundesarhiv (Archivo Federal Alemán), B 285 Bild-S00-00326, autor desconocido, licencia CC BY-SA 3.0 DE
Ficha del libro:
Título: Todo en vano
Autor: Walter Kempowski
Traductor: Carlos Fortea
Editorial: Libros del Asteroide
Año de publicación: 2020
Nº de páginas: 354ISBN: 978-84-17977-18-4Comienza a leer aquíSi te ha gustado...¿Compartes? ↓