Pero ¿a qué estamos jugando? ¿Cómo es posible que un debate a muerte, a muerte, sí, porque del resultado de estas elecciones depende la muerte de todos nosotros a manos de esa inclemente y traicionera ultraderecha española que no se detendrá ante nada, absolutamente ante nada, como ya nos ha demostrado hasta la saciedad, con tal de conquistar el último trocito de poder que no tiene, el legislativo, cómo es posible, insisto, que no se tocara ni uno sólo de los temas candentes que más preocupan a las 4 o 5 personas de cada 100 que en este puñetero país saben realmente lo que está ocurriendo?
¿Hasta qué extremos de estulticia nos ha llevado a casi todos una prensa absolutamente canallesca y una radio y una televisión totalmente vomitivas?
¿Qué se puede hacer, qué podemos hacer si hasta los que se autotitulan de izquierdas se debaten en ir o no a votar cuando de su voto depende el porvenir no ya de ellos, que ellos, a mí por lo menos, me importan un puñetero carajo, sino el de todas esas generaciones venideras que vivirán bajo el imperio del Gran Hermano?
No hay auténtica izquierda en este país, ésa es nuestra tragedia, porque los que se consideran tales piensan, no creo que lo hagan sinceramente, que ser de izquierdas es insultar grosera y estúpidamente a los que no les siguen en esa absurda tarea de que la izquierda es tratar de inventar un gilipollesco nuevo lenguaje consistente en introducir en todas las palabras de su enclenque ¿discurso? las siglas de los partidos de los que escriben.
Es auténticamente irrisorio que gente así no sólo piensen que lo que hacen, que lo que escriben vale realmente algo, sino que ellos, pobres y al propio tiempo culpables de todo, de la derrota ojalá no definitiva de la izquierda, son la levadura que va a hacer germinar la masa, cuando sólo es el estiercol que la hace incomestible para siempre.
Por supuesto que entre esta caterva de indocumentados con vocación redentora habrá alguno que pueda ser inocente, aunque a estas alturas de la película, lo dificulto mucho, pero, dejemos en paz los cerros de Úbeda y volvamos a lo que íbamos.
Si el debate hubiera querido ser tal, forzosamente hubiera discurrido por donde campan los canallas de uno y otro bando, que en los 2 abundan y, sin embargo, ni uno sólo de ellos apareció sobre la mesa.¿Por qué, porque se trataba sólo de hablar de las cosas que sí que pueden implicar la salvación de España? ¿Es que no es la mejor manera de decirle a los oyentes quiénes son y por qué lo hacen, los que la están hundiendo realmente en la miseria?
“Se ha producido una impermeabilización admirable. Ni Gürtel, ni el Canal Nou de Valencia, ni Camps, ni los gastos de Gallardón, ni las patosidades de González Pons, ni el casticismo de Aguirre, ni la entrada de Cospedal como elefante en la cacharrería de Castilla-La Mancha, ni el atraco de la CAM, ni el impagable invento de Caixanovagalicia, ni la permanencia en el registro de Santa Pola, despiertan la menor atención del público, que hace oídos sordos a semejantes asuntos. Incluso Rajoy puede plantearse una campaña sin ruedas de prensa, o suprimir las preguntas de los periodistas que siguen sus comparecencias, sin merecer reproches perceptibles de los medios. En sentido contrario cualquier menudencia procedente de Rajoy se encomia como síntoma de sabiduría y presagio de luminosos amaneceres.
Al PSOE le sucede a la inversa. Nada le sirve de excusa, todo se le computa como agravante. Zapatero está fuera de la campaña y del Gobierno que le acompaña nunca más se supo. Además, todo esto sucede sin necesidad de que haya renacido aquel estigmatizado "sindicato del crimen", que hubo de confabularse para salvarnos de Felipe González, aunque consumar esa operación de acoso y derribo amenazara la estabilidad del sistema constitucional. En la ocasión presente, nadie mueve los hilos, todo funciona conforme a la armonía preestablecida de Leibnitz”. (El País, MIGUEL ÁNGEL AGUILAR, Óptica y acústica de la campaña, 08/11/2011).
Esto es, precisamente, lo que yo les echo en cara a los del 15M, su ausencia de sinceridad, su refugio en la equidistancia, la neutralidad y la imparcialidad, ¿o es que, al fin y a la postre, lo único que está fallando en este desdichado país es simplemente una cuestión técnica, que podría muy bien resolverse con unos ajustes de ingeniería social o política?
Lo que está hundiendo realmente a este país, lo que quizá está hundiendo realmente al universso, es precisamente ese “laisser faire, laissez paser”, hacerse unos a otros la vista gorda, con el que nuestros dirigentes se enfrentan a todos los problemas, diciéndose mutuamente “hoy por ti, mañana, por mí”, o sea que todo el juego político no es más que una partida de cartas marcadas entre auténticos y rufianescos tahures.