Todo es ponerse a caminar

Publicado el 16 abril 2010 por Alfonso

Hay gente que es montarse en un avión o salir a pasear por el monte y comenzar a ver como la bruma que envolvía una idea comienza a disiparse y a que le fluyan las palabras, las explicaciones, los adornos de la misma, a ver la grandeza, brillo y forma precisa de su pequeña creación. Así, por ejemplo, un presidente en apuros, en medio de una situación viajera, o próximo a ella, piensa en la simpleza de cómo llenar sus arcas prolongando la vida laboral o aumentando los impuestos de sus gobernados y otro día, en idéntica predisposición, lo hace en llenar los armarios ajenos de abrigos austriacos, haciendo caso omiso a Renato Carosone, que ya le advirtió de la aparición de la primavera. No ha de sorprendernos a los españoles tal hecho si pensamos en que el personaje trazado por el brazo no anquilosado de un antepasado compatriota y preso era cabalgador fantasioso, caballero que confundía sueños y realidad. Me refiero, claro está, al Alonso Quijano que se renombró Don Quijote, el protagonista literario más universal con el permiso de Odiseo, otro igual de inquieto.
Ocho días ocupó a Alonso Quijano el dar con un nombre apropiado tras los cuatro en llamar Rocinante a su rocín. (A poco que uno supere lo de “Una olla de algo más vaca que carnero...” tropieza con esa exactitud cervantina.) Ahora, en dos telediarios, te visten como un tirolés y te llenan el estómago de raciones de tarta Sacher. Claro que en tiempos en que hay republicanos que apoyan a un Borbón, falangistas que proceden contra jueces que permiten buscar los cuerpos de demócratas fusilados, y mandamases que, al ver como los trabajadores ante el posible recelo del aplauso por la llegada de los aires transalpinos (¿consecuencia de las reuniones en la suiza Davos?), cambian de opinión, y hasta reniegan de su madre si es preciso, ¡perfecta estrategia!, no se de qué me extraño. Ni por qué cuanto más leo sobre los beneficios del despido a la austriaca menos los entiendo.
Ya me veo este verano con cuarenta grados a la sombra, veinte céntimos más caro el botellín de cerveza (el 2% por euro, ¿no?) y ensalzando el corte de mi austriaco. Sudando la gota gorda pero abrigado.

Don Quijote, Daumier