Aquella palabra tan condenada como el soborno (o cohecho) ha causado un rechazo general en nuestra historia actual. Los que son acusados de cometer dicha infracción son señalados por el público y si la justicia no era parcial, eran condenados. En Corea del Norte, este tipo de delitos carentes de sangre también se sentencia con penas de prisión dependiendo de gravedad. Seguramente algunos militares de la alta esfera habrán desaparecido por sus compañeros aunque en aquel mundo estas incriminaciones producen cuando hay disputa feroz de poder.
En los mercados, en las tiendas, en los restaurantes e incluso en el río Tumen el soborno es omnipresente. Es decir, el que tiene billetes, salen ganando. Los que no tienen nada, están condenados a morir. Por ejemplo, en el cuerpo militar, las excedencias han dependido, hasta ahora, dependiendo de la buena labor de los soldados. Después de la hambruna, la solicitud del cese temporal funciona a base de billetes. Y si son grandes, los días de apartamiento pueden ser numerosos. Cuando todos los habitantes son llamados a laborarse en los campos por orden del régimen, los que disponen de algún billete, lo entregan al encargado y van a un lugar desconocido para descansar y cuando llegan la noche, van a sus casas.
Esas prácticas son demasiado comunes en todo el territorio. Sean aldeas o ciudades. Hasta los niños aprenden de los que hacen los adultos y empiezan a jugar a ser el sobornador. Por otro lado, el régimen grita orgulloso de que ellos son seguramente el único (?) país sin corrupción en el mundo. El ego le supera y lo anuncia en todos los medios oficiales del país. Y la población, satisfechos ante la euforia de sus gobernantes, dejan un gesto animado. Y sin saber, algunos de ellos sacarán hoy un billete de 2.000 wones para cohechar a algún funcionario de alguna institución pública para que su solicitud realizada sea resuelta lo más rápido posible. El diario de Corea del Norte