"Todo listo para el duelo". Titulan en Burladero, ilustrando con una magnífica foto de un momento del sorteo, en la que en una zona delimitada con cinta de la policia local, como las que colocan en america los del FBI cuando se ha cometido alguna tropelía, cuchichean Morante de la Puebla y Curro Vázquez mientras al fondo, un secreta que se hace pasar por morantista sobrevevenido del currismo, vigila uno de los portones de chiqueros. Ahí está el hombre, ojo avizor con Destocado, de Victoriano del Rio, con Ilustrado, de Nuñez del Cuvillo; con Granado, de Jandilla; con Vocerío, de Juan Pedro Domecq, con Burriño, del Pilar y con Seductor, de Zalduendo. Que a uno no se le ocurre otra cosa que pueda estar haciendo ahí este hombre que no sea la de asegurar, dando su vida si es preciso, que no le peguen el cambiazo a esos seis toros elegidos a dedo para engrosar los anales de la tauromaquia con su nombre y el de su distinguido hierro. No vaya a ser que al Pasmo de Galapagar en lugar de hacerle los estatuarios al de Victoriano, la croqueta al del Pilar o la manoletina al Jandilla, le toque indultar otro cárdeno de Adolfo Martín.
El gesto de Curro Vázquez, con el pelo cartesiano y las manos metidas en los bolsillos, que es el gesto más español que hemos visto en estos días de juegos olímpicos, lo delata. La tranquilidad que solo da el trabajo de campo bien hecho y el conocimiento de que cuando salte la primera cabra por toriles, el tiempo se detendrá, el morantismo entero será un gran orgasmo y las musas, que andan ataviadas este mes de agosto entre el vestido de faralaes y el chandal olímpico español, tendrán curro a destajo, bordando un molinete aquí, rematando una verónica allá, dándole lumbre al habano del de la Puebla, sujetando como estacas las piernas pétreas de jotaté, inspirando quevadísticamente a los plumillas que mañana lo contarán...
Al final del festejo, me niego a llamarlo corrida de toros, un hombre en el ruedo, con guantes de látex, con una tiza trazará una línea bordeando seis cadáveres con cuatro patas y pocas orejas, los de la media docena de muertos que sucumbirán en nombre de la Fiesta Nacional, y que es una de las mayores atrocidades públicas que se pueden ver en nuestros días. La de la tortura de unos animales indefensos, cobardes, mohínos y derrengados.
Y encima, los señores que los torturan, vacilando.