‘Todo lo que era sólido’

Publicado el 02 abril 2013 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

Lo sabían los mejores economistas, lo denunciaron los inspectores del Banco de España e incluso lo repetía todos los fines de semana en la comida familiar mi tío, albañil jubilado: la burbuja del ladrillo iba a estallar y se lo iba a llevar todo por delante. Pero nadie les escuchó. Los políticos que mandaban se taparon los oídos mientras reprendían a quien hablaba de burbuja. No querían detener una maquinaria enloquecida que les permitía vivir en la ficción de la Champions League de la economía y que llenaba los bolsillos de unos pocos mientras endeudaba a la inmensa mayoría.  Todo el país parecía una fiesta, aunque los pobres siguieran siendo pobres.

Yo tampoco veía nada, absorto en mi escritura, encerrado en 2007 en mi cápsula de tiempo de 1936” mientras escribía La noche de los tiempos’.  Hay que leer hasta la página 151 de Todo lo que era sólido’ para encontrar el primer ‘mea culpa’ de Antonio Muñoz Molina. No es el único, porque más adelante el escritor se define como “…cómplice yo también de la larga irrealidad española”. Una irrealidad que vio desde un escenario privilegiado: el Instituto Cervantes de Nueva York, que dirigió entre 2004 y 2006. Allí, a la capital del mundo, acudían durante los años locos políticos repletos de ego – nacionalistas, socialistas, populares – siempre prestos a despilfarrar el dinero público en presentaciones absurdas a las que sólo acudía la comitiva que les acompañaba. Iban a Nueva York, hacían mucho ruido y sólo aparecían en la televisión autonómica, en el periódico de su capital.

Este es el sitio más especial del palacio. Cuando te sientas aquí  es cuando tocas de verdad el poder”. Es la frase de Zapatero que Muñoz Molina recuerda de su visita a La Moncloa, cuando el presidente prometió más dinero para el Instituto Cervantes porque cada año España tenía más dinero. Es uno de los mejores pasajes del libro junto con las visitas de Camps y Enrique Bañuelos a Nueva York, símbolos perfectos de los dos grandes adoradores del ladrillo: políticos y constructores. “El dinero amedrenta y hechiza, aturde con su monstruosa capacidad de multiplicación. El dinero levanta construcciones tan simbólicas y tan destinadas a amedrentar a los débiles y a los crédulos y los ignorantes como los zigurats mesopotámicos o los vestíbulos de altas columnas macizas de los templos egipcios. El dinero parece lo más irrefutable y tiene el poder de comprarlo todo y trastornarlo todo y de pronto se evapora y ya es como si no hubiera existido”. La crisis económica comenzó con una crisis moral, tan profunda que el cinismo caló a casi todos.

La Expo del 92, sostiene Muñoz Molina, fue el primer gran simulacro de la España que vendría después. Pero su crítica se remonta más atrás, a los años inmediatamente posteriores a la Transición cuando los políticosprefirieron ocupar las instituciones antes que reformarlas por dentro (…) Cambiaron las leyes no para hacerlas mejores sino para asegurarse de que podían actuar al margen de ellas”. Es como si la España del ‘pelotazo’ de los ochenta hubiera sobrevivido al turno de gobierno (allí donde se ha producido) y se hubiera hecho cada vez más fuerte y poderosa. Llegó así la incompetencia y la corrupción, el servilismo y el partidismo. “Ni en las épocas de más abundancia ha sobrado el dinero para lo que era necesario”: un estado de bienestar que no se agrietase tras el primer embate de la crisis.

Dice Muñoz Molina que despertó con el 15M, cuando vio a sus hijos acampados para reivindicar su futuro. Como ellos, el escritor desconfía de los políticos que nos representan y apela a “una serena rebelión cívica”. Porque estamos en el filo del acantilado y el próximo recorte puede provocar que todo lo que creíamos sólido se derrumbe. Cree el escritor que la rebelión debe comenzar desde la profesionalidad del trabajo bien hecho, de los barrenderos a los periodistas. Es imposible no estar de acuerdo. Aunque cuesta creer que sólo así podamos salir de la crisis, es el primer requisito y lo podemos y debemos cumplir todos.  Por eso me sorprende que su libro esté publicado en un papel tan áspero que casi molesta tocarlo, que esté fresado y no cosido, como si su editor no se hubiese leído el libro. O lo hubiera hecho pero no hubiese entendido nada.

Todo lo que era sólido. Antonio Muñoz Molina. Seix Barral. Barcelona, 2013. 256 páginas, 18,5 euros.

Pd.: La imagen que ilustra estas líneas pertenece a Julia Schulz-Dornburg, una arquitectura barcelonesa que ha documentado las heridas del ladrillazo. Podéis ver sus fotos en la exposición Ruinas modernas; una topografía del lucro  (en la sala de exposiciones del ICO hasta el 13 de junio) o directamente en su libro.