"Don't stop, let's play
And let the music fill your brain
Don't stop, lose control
And let the groove lift your soul"
Había llegado hasta el punto de no poner música en ningún dispositivo. No era una acción deliberada para evitar tener que escuchar ciertas canciones que me evocaran algo que quería olvidar, no era eso. Era algo más grave. En varias ocasiones intenté cantar alguna canción mientras sonaba en el ordenador y a los diez segundos se me retorcía el estómago y la garganta se me cerraba como si me anudaran la tráquea con un rizo de pescador. Y me empezó a pasar con cualquier canción. Entonces paraba el reproductor. Prefería el silencio.
Había llegado hasta el punto en que los chistes de los vecinos de Montepinar ya no me hacían gracia, las lecturas no pasaban de la tercera página de ningún libro, no podía ver una película entera concentrado, los goles de Messi no me hacían saltar del sofá y las suculentas recetas que llevaba probando desde hacía tiempo fueron sustituidas por latas de fabada o garbanzos a la riojana.
No era difícil detectar la sensación de pérdida, de ausencia de ilusión por todo aquello que antes me hacía disfrutar. Tendemos a pensar que ciertas cosas forman parte de nosotros de forma indisoluble, como extremidades invisibles que no puedes perder. Pero es un craso error, la vida puede amputarte esas extremidades tan necesarias para tu bienestar mental sin que te des cuenta. Y, por supuesto, toca rescatarlas y realizar una operación de urgencia que restituya el estado anterior.
Hecha la reparación, parece ser que los miembros amputados comienzan a recuperar la sensibilidad, el cerebro los reconoce como suyos y la sangre vuelve a correr por sus venas. En algún momento pensé que la música me había abandonado, incluso la llegué a ver como un elemento ajeno a mí. Yo, que empecé escuchando música de bien pequeño con la orquesta de Paul Mauriat sonando en el coche de mi padre, con la Sinfonía del Nuevo Mundo de Dvorák, el Cascanueces de Tchaikovski, la discografía entera de los Beatles, la de Abba, la música disco, cantando una y otra vez las canciones de Grease y de Xanadu, pasando mi adolescencia entre la movida madrileña, los nuevos románticos y el rock sinfónico, descubriendo en mis veintipocos a The Smiths y Van Morrison, dejándome sorprender por el brit pop y el grunge, elevándome a las alturas con la New Age y más recientemente adentrándome en los procelosos y tan opuestos mundos del stoner rock o de la música de club. Si todo esto era yo, me quería de vuelta, y no solo como antes, sino mejorado y ampliado.
Dice Rafa Spunky en una entrevista que "le sorprende la gente a quien le interesa algo más que la música en sí misma". Yo entiendo lo que quiere decir. La música en sí misma ya te lo da todo. No necesitas saber nada del compositor, ni necesitas un vídeo, ni una campaña publicitaria. Si te llena, sobra todo lo demás. Si te hace llorar, cumple su labor; si te hace gritar, libera tu tensión; si te transporta, viajas sin moverte, y; si te hace bailar, te llena de alegría. El tiempo, siempre terapéutico, el otoño, tu propia fuerza interior, el espíritu de supervivencia, me han devuelto aquello que era mío: la pasión por la música. Porque la ella siempre estuvo ahí, así que me siento como Bryan Ferry, sin ganas de parar:
Y como Rafa Spunky, con ganas de dejarme llenar, de dejarme llevar por el ritmo. Y vaya ritmo el de este tema. La esencia de la música disco en tres minutos y medio, falsetto incluido. Además, Spunky confiesa que le gusta de todo, desde Las Grecas hasta Metallica, ya que siempre hay algo bueno en todo tipo de música. Me sumo a su declaración.
Rafa Spunky's website: rafaspunky.bigcartel.com
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