Todo lo que está en movimiento, si es único, está en contradicción: está y no está en el mismo lugar, ha recorrido cierta distancia y no la ha recorrido, está vivo y está muerto; lo que es absurdo. Para resolver la contradicción el sujeto del movimiento debe ser múltiple y aunar lo móvil y lo inmóvil, a saber, la materia y la forma.
Sin embargo, el universo no puede ser múltiple, ya que por definición es único e incircunscriptible. Lo único, pues, o es siempre inmóvil, o está siempre en contradicción, o en unas ocasiones permanece inmóvil y en otras está en contradicción. Si la contradicción debe excluirse siempre de todo razonamiento, sólo la primera opción es admisible y ha de afirmarse la inmovilidad perpetua de todo lo existente.
Ahora bien, no podemos conceder que el mundo sea inmóvil pese a las apariencias, ya que de su inmovilidad se seguiría su necesidad, y de ésta, tratándose de un cuerpo extenso, la necesidad de todas sus partes. Pero si todas sus partes son necesarias, ello conlleva que no se necesitan entre sí y que su unión en el universo no es necesaria, lo que va contra la premisa.
Si el universo no es inmóvil, es móvil. Y si es único y no puede estar en contradicción, sólo puede moverse mediante su destrucción y creación continuas. Nada puede crearse o destruirse a sí mismo. De la creación continua del universo en infinitos instantes durante un tiempo infinito se sigue la existencia de un ser inmaterial de infinito poder.