«Lydia está muerta. Pero eso aún no lo saben. 1977, 3 de mayo, seis y media de la mañana. Nadie sabe nada excepto este dato inocuo: Lydia llega tarde a desayunar».Así comienza la novela que os traigo hoy, con esa frase breve pero tan contundente que no deja lugar ni a un asomo de duda: Lydia está muerta. Pero eso aún no lo saben, continúa, refiriéndose a la familia de Lydia; como aún no saben tantas otras cosas, añado yo. Sin embargo, el comienzo de dicha muerte, de cómo Lydia desapareció una noche de su cuarto y de su casa, de cómo terminó su cuerpo hundido en el lago cercano a la misma, de cómo días más tarde lo encontraron y lo sacaron de allí, desfigurado ya en parte de manera que su padre le niega una última visión de su hija a la madre, el comienzo de todas esas cosas que no saben, de tanta ignorancia, de todo lo que no se cuenta y por tanto se sepulta, capa tras capa de silencio y de sonrisas vacías, capa tras capa de agua sobre el cuerpo de la joven Lydia, el comienzo en que se decide tácitamente que van a vivir así, que esas son las reglas no escritas y nunca revisadas de esa familia, no es un 3 de mayo de 1977 a las seis y media de la mañana, el momento en el que todo comienza a precipitarse cuesta abajo hasta el fondo de ese lago sucede mucho antes.
«¿Cómo había empezado? Como todo, con madres y padres. Con la madre y el padre de Lydia, con las madres y padres de éstos. Porque tiempo atrás la madre de Lydia había desaparecido y su padre la había traído de vuelta a casa. Porque su madre había querido, por encima de todo, sobresalir. Porque su padre había querido, por encima de todo, pasar desapercibido. Porque ambas cosas habían sido imposibles».
«-No quieres ponerte eso -dijo Lydia, con una amabilidad en la voz que sorprendió a Hannah, que la sorprendió a ella misma-. Escúchame. Crees que sí. Pero no -escondió la cadena en el puño-. Prométeme que no te lo volverás a poner. Nunca.A Hannah nadie la mira porque ha llegado tarde, porque ha nacido después de que comenzara todo. Cuando ella llega a la familia su madre ya ha depositado todas las esperanzas de ver cumplidos sus sueños en su otra hija; su padre, decepcionado íntimamente por su hijo mayor, que tanto le recuerda a sí mismo a su edad, ya ha trasladado sus deseos de integración y popularidad a la primera de sus hijas; sus hermanos ya han sellado, sin sospechar siquiera que un día uno de ellos lo romperá, un pacto mudo cuyas consecuencias aún son incapaces de calibrar según el cual Lydia se inmola y acepta su sacrificio en aras de la felicidad familiar y Nath, aun sintiéndose desplazado, será el sostén, la mano siempre tendida que sujetará y mantendrá a flote a Lydia. A Hannah tan solo le queda orbitar silenciosamente alrededor de todos ellos para no romper, para no alterar, para no resquebrajar el delicado equilibrio familiar.
Hannah negó con la cabeza con los ojos abiertos de par en par. Lydia le tocó la garganta, acariciando con el pulgar el fino hilo de sangre donde la cadena le había cortado la piel.
-Nunca sonrías si no tienes ganas -le dijo, y Hannah, medio cegada por el foco de la atención sin reservas de Lydia, asintió-. Acuérdate».
«Una vez, en el museo de la universidad, mientras Nath se quejaba de que iba a perderse la proyección del planetario, Lydia se había fijado en un trozo de ámbar con una mosca atrapada dentro. «Eso es de hace un millón de años», susurró Marilyn abrazando a su hija desde detrás. Lydia lo había mirado fijamente hasta que Nath por fin tiró de las dos. Ahora pensó en la mosca aterrizando delicadamente en el charco de resina. Quizá lo había tomado por miel. Quizá no había visto el charco. Para cuando se dio cuenta de su error, era demasiado tarde. Se había agitado, luego se había hundido y a continuación ahogado».
Lab coat on NSW display. Fotografía de loulrc
Pero entonces llegan las seis y media del 3 de mayo de 1977 y Lydia no baja a desayunar. Cuando su madre sube a su cuarto a buscarla se encuentra la cama hecha, vacía e intacta. Busca por toda la casa; busca por el jardín. No puede ser: su hijita querida, su orgullo, su niña perfecta nunca se hubiera ido de casa en plena noche; alguien se la tuvo que llevar. Cuando su padre llama por teléfono una por una a todas las amigas de Lydia descubre consternado que tan solo son compañeras de instituto y que apenas la conocen ni pasan tiempo juntas más allá de las clases. Más tarde Marilyn encontrará un paquete de preservativos en la bolsa de libros de su hija. Lydia lleva algún tiempo quedando después de las clases con Jack, un chico con no demasiada buena fama por el que su hermano Nath no siente especial simpatía. ¿Quién es realmente Lydia? ¿Qué secretos les oculta? ¿Por qué?«Es una fotografía de las últimas Navidades. Lydia estaba de malhumor y Nath había intentado animarla, chantajearla para que sonriera a la cámara. No había funcionado. Está sentada junto al árbol, con la espalda apoyada en la pared y posa sola. Su cara es de desafío. Lo directo de su mirada, completamente de frente, sin un atisbo siquiera de perfil, dice ¿Qué estás mirando? En la fotografía Nath no es capaz de distinguir el azul de sus iris del negro de las pupilas, los ojos son agujeros negros en el papel satinado. Cuando fue a recoger las fotos a la tienda se arrepintió de haber captado aquel instante, esa mirada tan dura en la cara de su hermana. Pero ahora reconoce, viendo la fotografía en la mano de Hannah, que se parece a Lydia, al menos al aspecto que tenía cuando la vio por última vez».Con la desaparición de Lydia toda la familia se desmorona; ella era el pilar sobre el que esta se asentaba. Cada uno sufrirá su dolor y su culpa pero son incapaces de compartirlo y apoyarse así unos a otros. Callan, optan por el silencio, no cuentan lo que llevan dentro como tampoco lo contó Lydia. No cuenta Marilyn, no cuenta James, no cuenta Nath, no cuenta Hannah, ni siquiera cuenta Jack. Es ella, Celeste Ng, también estadounidense de origen chino, la que nos los cuenta a todos. Es ella quien les pone voz, quien nos lleva adelante y hacia atrás en torno a ese 3 de mayo. Y nos lo cuenta de manera hipnótica, anestesiándonos casi, sumiéndonos en un letargo en el que sin embargo nos vamos sintiendo cada vez más conmocionados bajo las capas que va arrojando sobre nosotros con su precisa disección. Porque las capas pesan, y el dolor, y la culpa, como le debió pesar a Lydia el agua de ese lago que fuera su primer ataúd. Lydia, que está muerta, y que poco sospechó esa madrugada del 3 de mayo de 1977 que, tras su muerte, se volvería a convertir en la base sobre la que se levantaría un nuevo equilibrio familiar.
«Hasta ese momento Lydia no había sido consciente de lo frágil que era la felicidad, de que, si no tenías cuidado, podías volcarla y hacerla añicos».
At Hoan Kiem lake. Fotografía de Staffan Scherz
Ficha del libro:
Título: Todo lo que no te conté
Autora: Celeste Ng
Traductora: Laura Vidal
Editorial: Alba
Año de publicación: 2016
Nº de páginas: 288
ISBN: 9788490651773
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