Todo ser que muere está vivo en un tiempo 1 y muerto en un tiempo 2. Pero el morir, que es el acaecer del cambio, no se da en ninguno de estos dos tiempos, sino en un instante entre ambos, fuera del tiempo. Otro tanto puede decirse de cualquier mutación, por lo que el hecho mismo del cambio, aun dándose en el tiempo mediante causas segundas temporales, tiene una causa primera atemporal.
Si aplicamos este razonamiento a la participación de lo múltiple en lo uno, vemos que cuando lo uno produce lo múltiple en el acto de la creación, existe un tiempo 1 en el que lo uno es solamente uno, y un tiempo 2 en el que lo uno es uno con lo múltiple. Mas el multiplicarse, que es el acaecer del cambio, no se da en ninguno de estos dos tiempos, sino en un instante entre ambos, fuera del tiempo.
Así pues, si se admite la existencia de lo uno y lo múltiple, debe darse, por un lado, la creación del mundo fuera del tiempo, lo que exige que el uno creador sea eterno; y, por otro lado, la creación continua de todas las partes del mundo en el tiempo, lo que conlleva que sea asimismo providente.