Te salió la vena racial mediterránea. El deje gibraltareño. Un cafelito en un sitio bien de París –porque supongo que tú no frecuentas tugurios-. O más bien un carajillo demasiado cargado –que la prueba de alcoholemia revela que ibas demasiado contento-. A la primera de cambio, ¡zas!, coges y pones a caer de un burro a una parejita que degustaba su tarde acaramelada –o no, no sé, pero queda bien para el relato-. No han trascendido las palabras gruesas: el teletipo se limita a referir “insultos antisemitas y racistas”. Como si tú fueras de raza aria, hay que ver.
Que tú naciste en Gibraltar, te criaste en los suburbios londinenses y, por mucho talento que tengas, si no llega a ser por Anna Wintour (todopoderosa editora de Vogue USA) y Bernard Arnault (jefe supremo del imperio LVMH), quizá estuvieras buscándote la vida por las calles de París. Que allí fue donde te lanzaste, porque en Londres no terminaba de encajar tu personalidad extravagante.
Dior no te ha perdonado el numerito. El emblema de la elegancia –con permiso de Yves Saint Laurent- te ha puesto de patitas en la calle. Les ha dado igual que fueses su imagen desde hace diez años. Que llevases las riendas de la firma desde su 50º aniversario, en 1996. Que hubieras llevado sus colecciones a cotas inalcanzables de genialidad. Dicen que lo suyo es “tolerancia cero ante cualquier palabra antisemita o racista”. Y ante eso no hay disfraz que valga. Aunque lleve la marca Galliano.
Publicado en Todo sobre mis trapos.