Esta primavera quiero ir hecha un cuadro. Sí, sí, de verdad. Un auténtico cuadro. Con lienzo, con óleo y hasta con marco, si se tercia. Dudo que vayan a exponerme en ningún museo, pero siempre puedo ser una pieza de coleccionista andante.
Vale, no. Yo no. Lo que quiero ponerme. Desde que descubrí los “vestidos lienzo” de Moniquilla me ha dado por pensar que nada es tan peyorativo como pueda parecer. Y que unas cuantas pinceladas bien puestas pueden darle glamour hasta a la tela más insulsa. Blanca. Común. De algodón. Sin más.
Es lo que más me gusta de la nueva colección de Mónica Muñoz (debutante en la última edición de El Ego de Cibeles), una apuesta por la coquetería, sugerente y naíf, con un punto infantil que termina por inducir a la seducción.
Pero si los “vestidos lienzo” llevan pinceladas bordadas en cada hilo de la tela, el resto de las prendas no son menos artísticas: todos los estampados parten de un boceto original de Mónica, que antes de creadora de moda es ilustradora y licenciada en Bellas Artes. Ella transporta al papel motivos que le inspiran y éstos, a su vez, quedan reproducidos hasta el infinito en telas exquisitas, producidas en España.
Aún no entiendo cómo puede presentarse en diminutivo una mujer con talento mayúsculo.